Dentro de mí quién habla

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Me faltan las palabras para hablarme,

estoy presente y al mismo tiempo añoro

toda aquella que no puedo ser,

me falta la paciencia y el cariño para no castigarme.

*

No quiero ser así

y así soy,

abrí mi cuerpa y no la he podido cerrar,

cualquier diálogo es amenaza,

cualquier amenaza la hiere.

Una tortuga sin caparazón acostumbrada a cargar de sí.

*

Algo cambió,

creo que fue cuando creí que mi papá se iba a morir,

que mi mamá se iba a morir,

que mi abuelita se iba a morir,

que mi tía se iba a morir,

y me quise morir con ellos.

*

Cinismo para que no me importe,

fortaleza para seguir,

hambre para comer,

amor para vivir,

caricias para sanar,

besos para sonreír.

*

La espera del Robot que se transforma en humano,

el humano que se siente Robot,

el espacio de tiempo que me tardo en volver a respirar,

arrastrada por mi propio mar,

olas con la única determinación de ahogarme.

*

En este lado del mundo nada florece.

Nadie se va a morir hoy

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Nadie se va a morir hoy,

nadie va a terminar en el hospital,

a nadie le pondrán el ventilador,

ni terminará olvidado en un rincón.

Ni sábanas roídas ni olor a alcohol.

Te prometo papi, quédate tranquilo

que nadie se va a morir hoy.

*

Piensa en los viajes que vienen,

en las olas del mar,

la hielera en Acapulco.

las carcajadas de mamá,

piensa en la arena mojada,

en las retas de fut,

todavía te quedan muchos años papi,

nadie se va a morir hoy.

*

Cuéntame de tus pesadillas,

de lo molesta que es la inflamación,

de cómo los atardeceres de Sombrerete se transforman en una Selva espesa,

y de entre ella emergen las sombras,

“vienen a llevarme”, me dices,

y te aprieto la mano bien fuerte.

Papi nadie ha venido a llevarte.

*

—No puedo dormir,— me dice,

ni respirar bien,

me siento harto y desesperado,

como si algo que no entiendo estuviese pasando,

es mi propia vida y no la entiendo,

son alucinaciones complejas,

la cabeza me mata,

este perro virus no me suelta,

¿Cuánto me falta para salir?

*

Amaneció con oxigenación en setenta

y tuve que recordarme

que nadie se va a morir hoy.

Que prometí no llevarlo al hospital,

ni que le pusieran el ventilador,

tuve que agarrarme bien fuerte, de dónde pude,

y mentirle tal vez, porque con este virus no hay ninguna certeza,

no cuando los días sólo parecen empeorar,

y tuve que mirarlo a los ojos, apretarle la mano, agarrarle los hombros,

sin derrumbarme,

—Papi te prometo que nadie se va a morir hoy,

nos quedan muchos años por vivir,

tantos viajes juntes, mi boda,

esto no se va a quedar así—

Porque aunque no tuviese la respuesta correcta

lo único que sabía dentro de mí era eso:

nadie se va a morir hoy.

Todo esto que me hice a mí

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Me vendí o me traicioné,

no tengo con quién hablar,

antes no lo quise ver,

me funcionaba el ignorar.

Arrepentida, dolida, deshecha, caída,

arrastrándome sobre el pasillo de una casa que no es mía.

*

Estática y sin voz,

me achiqué como acto de devoción.

Sutil y bien intencionado este abandono,

distraído por el vaivén cotidiano de momentos satisfactorios.

*

Cualquier habitación es tu casa mientras en ella puedas escribir.

*

No hay más silencios,

nada es tan triste.

Culpables dentro de la misma historia

en la que ni siquiera me hiciste la protagonista.

Toda esta rabia, dolor, impaciencia,

toda esta insatisfacción,

de arrullarnos con cosas mundanas,

o el televisor,

sin tiempo de escribir,

espectadoras de nuestro propio teatro,

título de la obra: todo esto que me hice a mí.

*

Sin habitación ni casa,

aferrada a mi fragmentado caparazón,

cubierta de heridas pero de pie…

Enfrentándonos al fin.

*

De frente

cuchillo en mano, qué curioso encontrarnos así,

tú, rabiosa, cubierta en llanto,

yo sonriente porque lo vi venir,

este baile que no termina nunca,

que inicia de nuevo, déjate ir,

que fui yo desde el principio la causante

de todo esto que me hice a mí.

Diálogos desde el interior de mi cuerpa

collage tarot
El Mundo carta collage Tarot

“She never asked me and I barely spoke
But I made her a promise
I will return”.

Andromedian Girl, Dumbo gets Mad

I

Estoy regresando por ella.

Por mi pequeña Mónica.

Todavía vive encerrada entre esos pilares de concreto tratando de escapar. En su momento y cuando partimos de la ciudad fronteriza, no quise despedirme porque en mi mente no encontraba entendimiento a lo que estaba sintiendo. Un doloroso alivio, la ayuda que me brindó la vida para estar lejos de mi abusador.

Dejaba mi lugar de infancia, muy amado a momentos, perturbador también.

Me veo pasar, desde la caja de la troca que me trae de visita a “los viejos rumbos”, y lo único que siento es temor. La veo pasar y también la veo quedarse. Mis dos Monica’s. Una mirando desde lejos, gritando desde el interior de sus ojos, desde el núcleo interior: que alguien llegue y se la lleve. Esa es nuestra lógica, la de las Mónica’s que me acompañan y ayudan a entender todo esto. Somos mi propia guía.

Por esto estoy aquí…

II

Mi cuerpa me tenía guardada una historia para contarme. La más dolorosa hasta ahora. Tuvo que esperar hasta que estuviera preparada.

A veces vista como una maldición, como una tortura inescapable, otras, como el regalo indeseado y doloroso que se busca comprender.

La historia comienza conmigo coloreando en un libro de dibujos que te va marcando el color de acuerdo a un número. No estoy en mi casa, es casa de unos amigos de mis papás, en Piedras Negras, Coahuila, lugar donde sucedió una parte de mi infancia. Los hombres están en el patio pisteando, algunas de las mujeres en la cocina también.

Esta historia es compleja de comprender aún para mí, quien vivió ese momento, porque no ocurrió de forma lineal. Estos instantes nacieron de un recuerdo almacenado en lo más profundo de mi interior, en esa sombra a la que he buscado acceder e iluminar de cualquier forma.

Estos enunciados nacen de mi necesidad de ser consolada por mi madre ante un descubrimiento que me ha dejado destrozada, irreconocible en el espejo. Esta historia nace de una búsqueda desconocida (todavía). Me trajeron de un lugar a un bosque a decirme que encontraría algo, sin decirme qué ni dónde estoy.

Debía tener tal vez cinco años, no tengo esa certeza. En cuanto mi mente me llevó a ese momento, el círculo empezó a moverse, yo perdida en medio del bosque, por medio de sensaciones en mi cuerpa, me fui guiando hacia un punto desconocido.

El tiempo es una mera percepción, y lo que debieron ser cinco minutos se han convertido en días de inestabilidad, enojo, frustración, decepción, impotencia…

Estoy sentada en el piso sobre mis rodillas, mi trasero toca mis talones, estoy recargada sobre el sillón coloreando. Una luz emerge a mi espalda, al principio solo perceptible como una línea naranja sobre mi libro de colorear, después se va haciendo más grande y más grande hasta que ilumina la habitación. Es la puerta del baño que se ha abierto. Alguien está adentro, el Señor Culero (o Hijo de Perro, o Puto Mal Nacido, o Pedazo de Mierda).

Mi papá tiene un dicho que va así “Eres lobo con piel de oveja, o eres oveja con piel de lobo”, y en la mayoría de los casos iba dirigida a los hombres que llevaba a la casa. Pues bien, el Señor Puto Mal Nacido era, lo que se podría decir: un lobo en piel de oveja. Mi papá siendo un experto en estos extraños especímenes, no pudo ver la maldad de quien claramente era un lobo, por no llamarle monstruo.

¿Es acaso ese el modo de operación de estos Pedazos de Mierda? De estos pinches pederastas y abusadores que son tan frecuentes, pero que se mencionan tan poco. A los que muchas les regalamos nuestro silencio. Pretender ser amables, ganarse la confianza de una familia para después y sin piedad, arruinar la vida de una niña.

Volviendo a mí, en ese momento me veo a mi misma de niña coloreando, como si estuviese viendo la película de mi vida… La niña sabe algo. Siente algo. Y cuando voltea a la puerta del baño, totalmente abierta, y observa a ese Puto Mal Nacido con el pene erecto, mirándola… La niña sabe que le va a doler.

III

El día que inicié mi vida sexual una voz dentro de mí me dijo, (mientras “alistaba” en mi mente todo lo que necesitaría para dicho momento), que lo mejor sería esperar a que estuviera menstruando porque así me aseguraba de ser virgen, en dado caso de que me hubiese pasado algo antes.

Usando esa “lógica” y mientras mi novio de ese entonces me besaba, tocaba y acariciaba (lo cual estaba disfrutando mucho) quedé helada cuando bajó su mano hacia mi pelvis y me dije con tal aseveración —Me va a doler.

Una mujer de diecinueve años puede saber que su primera experiencia sexual podría ser dolorosa gracias al contexto en el cual se desarrolla. Mucha información sexual sugiere que cuando no existe una lubricación, relajación, disfrute, de la experiencia, es muy probable que la penetración sea dolorosa.

¿Cómo una niña de cinco años va a saber, al ver un pene erecto que en teoría ni siquiera debería de conocer, que eso que está viendo será doloroso para ella?

Porque algo le pasó.

IV

He pensando que mi vida avanza en varios engranes o círculos o esferas gigantes contenidas de otros engranes o círculos o esferas más pequeñas que se conectan unas con otras para seguir avanzando. Imaginemos que esa esfera es una experiencia individual general, en este caso, la experiencia sexual, y entre las esferas pequeñas se encuentran todas nuestras experiencias sexuales, que en mi caso se repiten de un común denominador: todas han sido dolorosas. El dolor las conecta desde que se inició por primera vez.

Y esta es mi teoría. Y tal vez no tenga sentido, y yo no tengo todas las respuestas porque verán, sigo perdida en este bosque y solo busco entender lo que tengo, con las piezas que he encontrado.

Que mi primera experiencia sexual no fue la que planeé con mi novio a los diecinueve años, esa en la que ya sabía que me iba a doler. No.

Porque mi cuerpa me tenía guardada esta historia para contarme, la cual no estuve preparada para entender hasta este momento. Mi cuerpa me hizo sentir como pudo, me llevó hasta este instante para decirme, de la mejor forma en la que puede, que ese Pedazo de Mierda, Puto Mal Nacido, me violó cuando tenía cinco años.

Y en mi cuerpa, esta que es mía, que me ha acompañado desde el inicio de mi vida, que me ha sacado de los momentos más oscuros, VOY A CREER.

Aunque yo sea la única que le crea.

V

Todo se mueve y nada permanece. Excepto cuando abres la caja de pandora. Cuando te adentras en lo más profundo de tu interior para conocerte y te encuentras con un descubrimiento doloroso, improcesable e inexplicable. Es ahí donde todo se detiene. En el que todo alrededor se convierte otra vez en la habitación oscura, en la niña coloreando, en la puerta del baño abrirse. En el que existen imágenes que son acompañadas de sensaciones perturbadoras. Una cortina a medio abrir, un objeto tratando de penetrarme siendo manipulado por el Puto Mal Nacido y su falso “shhhh shhh cálmate”.

No importan los días que pasen, los pasteles de cumpleaños que me he comido, la universidad, el estrés del trabajo, mi relación con mi esposa, los momentos con Pippi, Anaceta y Nahui, Todos los años que me han sucedido. No. Vuelvo a ser la niña de cinco años que sueña con mundos extraños porque en el propio no encuentra consuelo.

Porque su calidad de vida fue reducida a nada y sin saber por qué. Tal vez porque nadie quiso creerle o porque no pudo elaborar la ayuda que necesitaba. Porque no pudo correr o gritar lo suficiente. Porque no pudo reconocer al predador.

Y mi niña no para de llorar.

VI

Mamá. Es esta mi forma de decirte que nunca voy a poder saber qué fue lo que en realidad pasó, cuándo fue que comenzó, o cuántas veces lo hizo. También que sepas que estoy destrozada, que busco, a mis treinta y tres años el mismo refugio que busqué cuando tenía cinco años. Que sé lo mucho que no te gusta abrazar y que no es necesario hacerlo. Que no te recrimino nada, ni a ti ni a nadie. Y que la culpa de lo que ese Pedazo de Mierda me hizo no es culpa de nadie más que de él.

Mi cuerpa me tenía guardada esta historia porque supo que no pude con la verdad cuando todo estuvo sucediendo. Porque quiso cuidarme y protegerme de la mejor manera que pudo. También sé que, si me la está contando ahora, después de todos estos años es porque sabe que estamos juntas, que voy a creerle y que estamos preparadas para poder avanzar con nuestra vida. Que ese Puto Culero no podrá destrozarnos, no podrá destrozarme, aunque aún me sienta así en este momento, totalmente rota. No será para siempre.

Y para llegar a ese momento también necesito de ti mamá.

Sé también que todo esto que escribo, que parece no tener sentido (un reflejo de mi interior en este instante) es algo fuerte de mirar. Que vendrán pensamientos que te inviten a reflexionar y que seguramente también sentirás mi dolor. Te entiendo y no estás sola. Estaré aquí para ti.

Aprendí en estos largos días que el dolor sólo puede ser abrazado, no apartado. Porque el dolor tampoco entiende lo que siente y que ese es su único papel. Sentir dolor por algo.

VI

En terapia me dijeron que lo que estoy sintiendo es una crisis curativa. Que lo que me sucedió viene con un aprendizaje del cual aún no estoy consciente. Por una parte, al menos, tengo un poco más de claridad sobre cómo he sido y cómo soy. El dolor que he venido cargando imperceptible y que ahora da sentido a tantos de mis comportamientos…

Ahora que he abierto la caja de pandora me doy cuenta que acompañada de este dolor vienen tesoros visuales que también abrazan.

Mis manos de niña tocando delicadamente los rosales que tanto cuidó mi mamá. Mi dedo índice rozando sutilmente el suave terciopelo que envuelve el tallo, la puntiaguda espina del rosal. La paranoia y expectativa de ser descubierta, volteando a cada rato hacia la puerta en espera de que mi mamá saliera. Cuántas veces habré pasado desapercibida.

Una curiosidad adormilada. Porque me recuerdo sumisa y tímida, se había escapado el nacimiento de esta adorable característica que aún me acompaña. Esta rebeldía de salirme con la mía. La entonación seria de mi dulce madre diciendo cada vez que visitaba la casa de mis amigas o vecinas: “Pórtate bien y no toques nada”. Y mi juguetón cinismo de tocar hasta el papel tapiz que adornaba las paredes de todas las casas que pude pisar. Los adornos en las repisas, los muebles en las habitaciones, el espejo en el baño empañado por el vapor de la habitación.

Espero me vengan muchas más visiones. Sin importar cuáles sea. Encontrar más piezas a este rompecabezas que quién sabe cuánto tiempo me tome armar (no hay prisa).

No existe un final a todo esto porque aún voy/soy/estoy viviendo.

Notas Adhesivas

Collage by @Monicaesan

Bajando del vagón pausa la música. Quita los audífonos. No confía en escuchar música cuando camina en una calle oscura, aunque sean un par de cuadras dentro de su barrio, para ella la calle no es segura.

Sale del metro, mete sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo, en la mano derecha sostiene un gatito autodefensa, arma que compró en un mercado feminista. Camina de prisa, hay algo que no le vibra. Da vuelta a la derecha, la persona que camina detrás de ella lo hace también. Sospecha algo pero no quiere pensar lo peor. En la puerta de su edificio voltea para todos lados, no hay nadie cerca. Suspira.

Ya en su pequeño departamento de veinticinco metros cuadrados (que comparte cocina con el departamento de junto), ve un episodio de su serie favorita The Office mientras se come un tamal, obsequio que le dejó la vecina en la mesa de la cocina.

Despierta al día siguiente con una nota adhesiva pegada sobre la tele: “Pon a hervir tu copa menstrual”. La letra no es de ella. Va a la cocina, al baño. No hay nadie más. Sí, su periodo se aproxima y ya había pensando antes que tenía que poner a hervir su copa. Tal vez lo anotó antes de dormir…

Dos días pasan. Todo normal. Va al trabajo, regresa, se encuentra con la vecina que le comenta que anda con mucho dolor de cabeza y náuseas. Le ofrece ir a la farmacia a comprarle algo para el dolor. La vecina tiene setenta y cinco años y no puede caminar tan fácil. Le regala chicharrón en chile verde para cenar. Come mientras ve otro episodio de The Office.

Despierta, toma una ducha, cepilla sus dientes, peina su cabello. En la cocina, sobre el refrigerador otra nota que dice: “Salva tus documentos”. El corazón le late tan de prisa que cree que va a desmayarse, arranca la nota del refrigerador, se sienta en el sofá cama. Alguien más entra al departamento mientras duerme. No puede ser la vecina, ella no haría algo así, tal vez fue el hombre que la iba siguiendo hace un par de noches.

Prende su computadora y va a la tienda en línea a comprar una cámara que sea discreta y ser pueda esconder fácilmente. Encuentra una. La pide para el día siguiente.

Le tiemblan las manos. Debe decírselo a alguien. En el grupo de amigas les escribe que se ha encontrado dos notas en su departamento con letra que no es la suya. La tranquilizan, una de ellas le marca por teléfono y se ofrece a quedarse con ella esa noche.

Al día siguiente no hay nota. Le pregunta a la vecina, ella tampoco fue. Por la noche, mientras ve otro episodio de The Office, instala la cámara.

Dos días después despierta con dolor de cabeza y una tercera nota sobre el espejo del baño: “NO ME DEJAN HABLAR CONTIGO Y NECESITO PROTEGERTE”. Ansiedad, opresión en el pecho. No puede moverse. ¿Quién le está haciendo esto? ¿Quién quisiera torturarla así? Tal vez su ex “Santi”. La había amenazado antes. Por primera vez desde que se mudó a ese departamento se siente insegura en su propia casa.

Prende la computadora, quiere checar los archivos de la cámara. Abre la carpeta del programa y no encuentra ningún video. Va hacia la papelera de reciclaje y la encuentra vacía. Alguien borró los archivos de la computadora. Le falta el aire.

Veinte minutos después le llega mensaje de su amiga. “Santi” anda en Argentina. No pudo haber sido él, entonces fue el wey que la seguía. Le toca a la vecina para preguntarle si no ha visto a nadie sospechoso en el edificio. La señora no abre la puerta. Empieza a pensar lo peor.

Despierta con migraña, es domingo. Se viste. Abre la puerta, va a tocarle a la vecina. Cuál es su sorpresa al ver que sobre la puerta está pegada una nota adhesiva en blanco, voltea a ver las puertas de los otros departamentos, todas tienen pegada una nota adhesiva en blanco, incluída su puerta.

No sabe qué hacer. Siente que se está volviendo loca, vuelve a escribirle a sus amigas pero es muy temprano y nadie le contesta. Marca al 911 y pide por una patrulla, les dice que está preocupada por su vecina.

Los policías la entrevistan, ella les dice que la vecina no le responde desde ayer y que eso es raro porque la señora ya no puede moverse lo suficientemente bien como para salir. Les confiesa que tiene una copia de las llaves pero le da miedo entrar. Cuando los policías regresan le dicen que la señora falleció de lo que parecen ser causas naturales.

Pero cuando le piden reconocer el cuerpo sobre la camilla, Reina ve marcas extrañas en el cuello. Alguien la ahorcó. —¿Dónde la encontraron?, le pregunta a los policías.

— Sentada viendo el televisor.

Algo no cuadra, piensa Reina. Regresa a su departamento a llorar. En los cortos tres años de conocer a la vecina se había convertido en una figura materna. La iba a extrañar. Se siente totalmente desorientada.

Después de varias horas las amigas le aconsejan salir y quedarse en la casa de alguna de ellas. Reina no sabe que ha pasado tanto tiempo. Comienza a recoger la casa con las manos temblorosas. Agarra algunos platos, los deja sobre la mesa, sigue llorando. Ve un vaso sobre el mueble de la tele, lo agarra, agarra también los trastes de la mesa, va la cocina y ve a la vecina de pie frente a la estufa. Grita y tira los trastes. Abre los ojos y la vecina ya no está. Va por su cel y le marca a sus amigas pero ninguna le contesta. Se siente mareada y con náuseas. Necesita descansar. Se acuesta y cierra los ojos.

Veinte minutos después una de sus amigas marca a su teléfono, Reina está plácidamente dormida. Después de tres intentos la amiga le escribe: “Reina, necesitas salirte de ahí, le platiqué a mi tía Doctora lo de las notas adhesivas y me dijo que podrías tener intoxicación por monóxido de carbono. Vamos en camino por ti”.

Seudónimo: Mayor Nasser

Perdón

Usado en demasía,

agua que ya no nutre a las flores,

las ahoga.

Se esconde en cada mención

y va perdiendo significado,

o ganando espacio, muy a tu pesar.

Virus que se oculta en el cuerpo

que después va a devorar.

*

Herramienta de sobrevivencia,

palabra única que cesó la furia,

misma agua que apagó el fuego

antes de ahogar a las crías,

cura agría a la enfermedad familiar,

que amputó mis labios, sí,

pero apenas si pude hablar.

*

El silencio a los incesantes e hirientes gritos y demandas:

“Perdón, mamá”.

Airhole

Surreal Portraits Exploring Isolation By Ben Zank.

Nadie más vendrá a decirte las palabras que quieras escuchar. Ni a sostener tu mano con la caricia exacta, ni abrazar tu corazón con la suficiente delicadeza, ni arroparte como soñaste cuando eras niña.

Solo vemos lo que tuvimos.

Solo amamos como vimos amar.

Solo quisimos sobrevivir.

Y así sigues, con esa misma idea, día con día se alimenta de las mismas palabras. De cosas inexistentes, de sentimientos estúpidos, de invalidez.

Un mundo imaginario inexistente donde no sólo te refugias, también desapareces. Y no importa lo que digan, porque nada de eso es real ¿Verdad?

Respira, sigue respirando.

Mamá, ya no puedo con esto. Me quiero morir.

Quisiera ser como las demás. He pensado.

Pero me tocó ser quien soy. Tampoco puedo cambiarlo. Me ha costado trabajo aceptar mi cuerpa. Lo mío no son los concursos.

Lo mío es desgarrarme, gritar.

Lo mío es deshacerme, deshebrar la carne, quitar el pellejo, dividirlo, quitar lo que siempre odié. Y quedarme con nada.

Ojalá no fuera mi culpa.

Nadie vendrá a decirte que no lo es.

Nadie vendrá a decirte que eres suficiente, que vales la pena. El daño está hecho.

Y el daño estuvo hecho siempre.

No me dieron oportunidad. Quien abusó sexualmente de mí a los cuatro años, no me dio oportunidad. Escuchar todo el tiempo que lo que haces está mal, tampoco fue darme una oportunidad. Crecer con la idea de que todo lo que harías sería insuficiente… No hubo oportunidad.

Hasta hoy.

Nadie vendrá a decirte que te ama.

Más que tú.

Nadie más vendrá a socorrerte o abrazarte o besarte o consolarte…

Más que tú.

Sólo fuimos lo que vimos.

Sólo amamos como los vimos amar.

Y eso no era amor.

Y tampoco lo es “esto”.

Por mucho que has intentado, cariño, no sabes cómo amar.

Y lo sigues haciendo.

Y tendrás que seguir haciéndolo.

Porque nadie más vendrá a tranquilizarte,

O consolarte,

O amarte como tu quisieras, de esa forma desgarradora, entregada, apasionada, ilimitada, esa fuerza que lo consume todo.

Más que tú.

El regreso a la unidad: sin morir ni con vida

Estoy muerta y con vida. El tiempo no existe y todo ocurre a la vez sin poder observarlo en su totalidad. Solo absorbiendo lo que puedo o me permito ser.

No tengo fuerza para hablar, sólo para caminar y pretender que la vida va como siempre. No tengo fuerza para hablar con nadie.

“Qué bueno que hoy vamos a terapia”, me digo al limpiarme las lágrimas en el baño. Aún con los olores es el refugio temporal para desparramarme, en momentos de emergencia no importa cuándo ni dónde.

Perdida en medio del mar, salir a la superficie del agua a respirar, aunque me siga ahogando.

Todas las desiciones están tomadas, los escenarios ocurriendo al mismo tiempo, no tengo la claridad para verlo.

Nada tiene sentido.

Qué difícil es vivir conmigo. Lo digo porque hay días en los que no podemos convivir. Porque todo nos duele, porque cuando creemos que de alguna forma lo estamos logrando viene alguien más a decirnos que no es suficiente.

—Yo hago mucho más que tú.

Lo sé y me pesa. Porque carezco también de la voluntad para hacer cualquier cosa. Porque hay días en que ir al trabajo consume toda mi energía y sólo quiero llegar a desconectarme.

No puedo cruzar fronteras con mis piernas pero de alguna forma he podido viajar con el alma. Aunque no me lleve a ningún lado ni sea real.

La realidad es sentirse como estoy, incompleta, infeliz, al borde un ataque de pánico. La realidad es no tener la fuerza para hablar y sentir que no puedo hablarlo con nadie. Que no me siento preparada para amar, que no me siento suficiente, que la angustia me consume, que me siento herida.

No tengo la fortaleza para confersarlo y alguien más lo hará por mí. No tengo la mente para analizarlo ni el corazón para enmendar mi herida.

No tengo fuerza…

La muerte está en todos lados y es lo único que permancece. Su contraparte no es la vida, sino el amor que no me he podido dar.

Curiosos recuerdos con mi Papá Toño

Papá Toño

Hace seis años que falleció mi papá Toño. Me gustaría decir que con el tiempo se olvida uno del dolor, y no, lo único que cambia es que cada día lo recuerdo con más amor, con más gracia.

Me inundan a la mente recuerdos de los que río, conversaciones que abrazan mi corazón, una muestra de lo poco que siento que conviví con uno de los hombres a los que más admiré.

  • Una vez estaba yo sentada en la cocina de la casa viendo la tele, cuando mi Papá Toño entró. Me preguntó qué estaba viendo, le dije que una película. Vio que en el reparto habían personas de color y le apagó a la tele, dijo que no viera cosas donde salían “negros”.
  • Una vez salí a la tienda de noche y sin permiso, cuando regresé me encontré a mi papá toño con un arma, no sé si creyó que alguien se metía a robar. Me pidió que no saliera sola. Y ya.
  • Mi Papá Toño era enojón. Una vez me dejó ponerle una peluca de broma y tomarle fotos.
  • Una vez mi Papá Toño me preguntó si era una niña chillona o una niña macha como las buenas. Le dije que lo segundo (cuando no). Me pidió que lo acompañara por la cena. Yo pensé que íbamos a a comprar algo pero no, vi cómo mató un becerro, me hizo sostener las vísceras (todavía calientes), mientras le escurría sangre al animal de la yugular, me pidió que le alcanzara una cubeta, esperamos hasta que dejó de escurrir. Después lo despellejó y lo deshuesó. Yo tenía diez años. De alguna forma esa experiencia horrorosa me hizo sentir cerca de él.
  • Una vez me encontré a un montón de gatos chillando en el granero de la casa. En ese entonces no me gustaban los gatos así que corrí adentro a decirle a mi Papa Toño que los gatos se iban a comer el maíz. Abrió el refri, calentó unas cosas en la lumbre y luego se fue al granero a alimentar a los michis, hablándoles con mucho cariño. Un lado tierno que muy pocas veces pude ver.
  • Una vez mi Papá Toño me cortó mal el fleco y lloré.
  • Mi Papá Toño nunca habló de sus sentimientos. Una vez me dijo que me amaba y se puso a llorar. Lo abracé y lloramos juntos. Lo extraño

127 días para viajar a Inglaterra

Me quedan poco menos de cinco meses para emprender un viaje con el cual he soñado desde que tenía quince años: conocer Europa.

Siendo sincera, nunca creí que llegaría el día en el que pudiese cumplir ese sueño, supongo que todo viene de la experiencia en cuanto a la desilusión. La única oportunidad que tuve de hacer algo al respecto, fue cuando cumplí quince años. No quise una fiesta porque nunca fui una niña que le gustara usar vestidos, así que pedí un viaje para conocer Italia y ver un partido del AC Milan en el cual militaba mi jugador favorito: Paolo (El Gran Capitán) Maldini.

Muy probablemente mis papás no tengan ni una idea de lo mucho que me dolió no haber cumplido ese sueño, lo mucho que me lastimó que rompieran esa ilusión bajo el argumento de que “no me había portado bien, no había tenido buenas calificaciones”.

Hasta mucho después entendí que no teníamos el dinero, ya no solo ni para ir a Italia, ni siquiera para salir de la ciudad. Tiempo después me cayó el veinte de que la razón por la cual mis papás no me cumplieron esa promesa no fue porque no quisieran o porque no creyeran en mí, sino porque no teníamos los medios como familia de hacer algo tan simple (para algunos) como tomar unas vacaciones.

Me tomó dieciocho años tener el dinero suficiente para darle a mi niña de quince años, la quinceañera que tanto se merece. Llegué muy tarde para ver un partido de Paolo Maldini, eso sí.

Ayer mi futura esposa, mi mejor amiga y yo, compramos los boletos para viajar de Inglaterra a Dinamarca, rentamos el AirBnB. Fue todo tan surreal, tan… increíble (de ese que de verdad NO lo crees). Y en parte aún no me lo creo, mucho tiene que ver con algo que recientemente platiqué en terapia: la depresión nos hace creer (porque algunas de nosotras crecimos así) que todas las personas que nos quieren, van a abandonarnos. El abuso y trauma nos hace recordar que debemos estar alertas porque en cualquier momento sufriremos un ataque. Los ciclos de codependencia nos afirman que algo malo va a pasar, porque ha sido así la mayor parte de nuestras vidas. “Siempre termino desilusionándome”, y aunque racionalmente sé que todo “está bien” en mi vida, sigo a la expectativa de algún desastre.

Me pasa mucha parte del tiempo. Lo que sé no coincide con lo que siento. Sé que soy una mujer dominante, inteligente, intuitiva, brillante. Me siento desvalorada, como una idiota, que no vale la pena, que no merece nada bueno de la vida “porque siempre ha sido así. Ayyyyyyy, esta pinche lucha diaria y constante. Es importante abrazarse.

En Inglaterra quiero perderme en los campos, en su inmensidad, respirar su aroma, sentir su cuerpo. Quiero caminar las calles de Londres, tomar imágenes de su arquitectura, visitar Abbey Road, pararme en el Palacio de Buckingham y respirar el mismo aire que la reina (culpo a The Crown por eso) y si de pura caca, me toca conocer a mi segunda inglesa favorita (Gillian Anderson), me doy por super, mega, bien servida.

Quiero conocer todos los lugares en los que alguna vez compartió momentos mi futura esposa, quiero pensar que estuvimos ahí al mismo tiempo, que volvemos a los lugares que nos ayudaron a crecer para agradecerles lo mucho que hicieron por nosotras. Es una sensación rara, porque sé que nunca he estado ahí y quiero volver a verle. Tal vez una parte de mí estuvo allí, tal vez sólo es la emoción del momento.

Por primera vez en mi vida estoy haciendo más cosas por cumplir mis sueños, que por el deber de vivir la vida.

Y nada de esto sería posible sin mi futura esposa, las hermosas mujeres de las que me he rodeado, mi familia pero sobre todo: mi madre. Porque aunque no tuvo las palabras para decirme (cuando lo necesité) que creía en mí, ahora hace todo lo posible por hacérmelo sentir. Porque sin la fortaleza heredada, sin la ilusión heredada, no podría haberme aventado a experimentar la sensación que mi bisabuela, mi abuela y mi madre siempre han anhelado sentir: LIBERTAD.