|Larga vida al muerto|

larga-vida-al-muerto

Parecía estar sentada frente a su escritorio, la luz de la única vela prendida no lograba iluminar enteramente la habitación; lugares, rincones oscuros se negaban a ser alcanzados por la pequeña flama de fuego.

Miraba fijamente hacia la ventana pero no prestaba atención, la noche era demasiado oscura, el invierno se sentía tan frío. Divagaba, su imaginación daba enormes saltos por su mente dejando de lado la ventana, aquella ventana que cada noche, cerca de las cuatro de la madrugada, llamaba su nombre. Se puso de pie botando la silla de madera, dio vueltas por toda la habitación, molesta, enfurecida.

A la derecha del escritorio, colgada sobre la pared, un cuadro con una enorme fotografía se adueñaba de la habitación. Rubio, blanco, ojos azules, cristalinos, casi ficticios.

Se tiró sobre la alfombra mirando fijamente la fotografía. Sentía que la mirada se correspondía, enigmático y misterioso hechizo que la obligaba a sentir aquellos ojos, clavados en el pecho de su corazón, ardiéndole. Y los ojos se acercaban más y más. Invadida por niebla, lo único que permanecía iluminado era aquel cuadro con la fotografía. Una voz la llamó desde el centro de su cuerpo, lentamente y en susurro dijo:

“Ven amigo que yo te quiero, ven amigo que no lo eres, ven hombre que no eres amigo, ven a mi cama a acostarte conmigo. Guíalo a mí, cosecha en mí su talento, yo lo conservo hasta que tú decidas lo contrario”. Esbozó una sonrisa que se convirtió en carcajada. Se puso de pie y fue directo a su cama.

Casi las cuatro de la madrugada, la ventalla le llamaba.  Abrió los ojos, volteó y miró directamente hacia ella, el viento entró acariciando su cabello, llamándola, arrullándola. Se puso de pie y caminó embelesada hacia el borde. El cuadro, sentía que la fotografía la observaba, que medía cada paso que daba. Llegó al marco y se asomó rápidamente, no vio nada, volvió a mirar, lo mismo. Regresó adormilada.

Durmió de inmediato. Lo sentía, sentía algo cerca pero no podía despertar. Estaba en un cuarto cubierto de sus fotografías, era ella en diferentes momentos de su vida, pero en el rostro… Desde un rincón, un chico de rubios cabellos tocaba una batería, se acercó al ritmo de los tambores que ahora se escuchaban más fuerte, más fuerte (y su rostro), más cerca (sin rostro), más fuerte y a mayor rapidez. Lo miró, él volteó, sintió un golpe en su estómago, no podía respirar.

Abrió los ojos, volteó hacia la ventana y allí estaba él, mirándola con la cabeza baja y los cabellos rubios tapándole la cara. Le levantó el rostro que escurría sangre, un enorme hoyo con trozos de carne y cráneo colgaban de los bordes. Así como apareció, se fue. Abrió los ojos, sí, pero cuerpo no despertó, la fotografía tirada en medio de la habitación.

 

 

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *