Nadie más vendrá a decirte las palabras que quieras escuchar. Ni a sostener tu mano con la caricia exacta, ni abrazar tu corazón con la suficiente delicadeza, ni arroparte como soñaste cuando eras niña.
Solo vemos lo que tuvimos.
Solo amamos como vimos amar.
Solo quisimos sobrevivir.
Y así sigues, con esa misma idea, día con día se alimenta de las mismas palabras. De cosas inexistentes, de sentimientos estúpidos, de invalidez.
Un mundo imaginario inexistente donde no sólo te refugias, también desapareces. Y no importa lo que digan, porque nada de eso es real ¿Verdad?
Respira, sigue respirando.
Mamá, ya no puedo con esto. Me quiero morir.
Quisiera ser como las demás. He pensado.
Pero me tocó ser quien soy. Tampoco puedo cambiarlo. Me ha costado trabajo aceptar mi cuerpa. Lo mío no son los concursos.
Lo mío es desgarrarme, gritar.
Lo mío es deshacerme, deshebrar la carne, quitar el pellejo, dividirlo, quitar lo que siempre odié. Y quedarme con nada.
Ojalá no fuera mi culpa.
Nadie vendrá a decirte que no lo es.
Nadie vendrá a decirte que eres suficiente, que vales la pena. El daño está hecho.
Y el daño estuvo hecho siempre.
No me dieron oportunidad. Quien abusó sexualmente de mí a los cuatro años, no me dio oportunidad. Escuchar todo el tiempo que lo que haces está mal, tampoco fue darme una oportunidad. Crecer con la idea de que todo lo que harías sería insuficiente… No hubo oportunidad.
Hasta hoy.
Nadie vendrá a decirte que te ama.
Más que tú.
Nadie más vendrá a socorrerte o abrazarte o besarte o consolarte…
Más que tú.
Sólo fuimos lo que vimos.
Sólo amamos como los vimos amar.
Y eso no era amor.
Y tampoco lo es “esto”.
Por mucho que has intentado, cariño, no sabes cómo amar.
Y lo sigues haciendo.
Y tendrás que seguir haciéndolo.
Porque nadie más vendrá a tranquilizarte,
O consolarte,
O amarte como tu quisieras, de esa forma desgarradora, entregada, apasionada, ilimitada, esa fuerza que lo consume todo.
Más que tú.