Bajando del vagón pausa la música. Quita los audífonos. No confía en escuchar música cuando camina en una calle oscura, aunque sean un par de cuadras dentro de su barrio, para ella la calle no es segura.
Sale del metro, mete sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo, en la mano derecha sostiene un gatito autodefensa, arma que compró en un mercado feminista. Camina de prisa, hay algo que no le vibra. Da vuelta a la derecha, la persona que camina detrás de ella lo hace también. Sospecha algo pero no quiere pensar lo peor. En la puerta de su edificio voltea para todos lados, no hay nadie cerca. Suspira.
Ya en su pequeño departamento de veinticinco metros cuadrados (que comparte cocina con el departamento de junto), ve un episodio de su serie favorita The Office mientras se come un tamal, obsequio que le dejó la vecina en la mesa de la cocina.
Despierta al día siguiente con una nota adhesiva pegada sobre la tele: “Pon a hervir tu copa menstrual”. La letra no es de ella. Va a la cocina, al baño. No hay nadie más. Sí, su periodo se aproxima y ya había pensando antes que tenía que poner a hervir su copa. Tal vez lo anotó antes de dormir…
Dos días pasan. Todo normal. Va al trabajo, regresa, se encuentra con la vecina que le comenta que anda con mucho dolor de cabeza y náuseas. Le ofrece ir a la farmacia a comprarle algo para el dolor. La vecina tiene setenta y cinco años y no puede caminar tan fácil. Le regala chicharrón en chile verde para cenar. Come mientras ve otro episodio de The Office.
Despierta, toma una ducha, cepilla sus dientes, peina su cabello. En la cocina, sobre el refrigerador otra nota que dice: “Salva tus documentos”. El corazón le late tan de prisa que cree que va a desmayarse, arranca la nota del refrigerador, se sienta en el sofá cama. Alguien más entra al departamento mientras duerme. No puede ser la vecina, ella no haría algo así, tal vez fue el hombre que la iba siguiendo hace un par de noches.
Prende su computadora y va a la tienda en línea a comprar una cámara que sea discreta y ser pueda esconder fácilmente. Encuentra una. La pide para el día siguiente.
Le tiemblan las manos. Debe decírselo a alguien. En el grupo de amigas les escribe que se ha encontrado dos notas en su departamento con letra que no es la suya. La tranquilizan, una de ellas le marca por teléfono y se ofrece a quedarse con ella esa noche.
Al día siguiente no hay nota. Le pregunta a la vecina, ella tampoco fue. Por la noche, mientras ve otro episodio de The Office, instala la cámara.
Dos días después despierta con dolor de cabeza y una tercera nota sobre el espejo del baño: “NO ME DEJAN HABLAR CONTIGO Y NECESITO PROTEGERTE”. Ansiedad, opresión en el pecho. No puede moverse. ¿Quién le está haciendo esto? ¿Quién quisiera torturarla así? Tal vez su ex “Santi”. La había amenazado antes. Por primera vez desde que se mudó a ese departamento se siente insegura en su propia casa.
Prende la computadora, quiere checar los archivos de la cámara. Abre la carpeta del programa y no encuentra ningún video. Va hacia la papelera de reciclaje y la encuentra vacía. Alguien borró los archivos de la computadora. Le falta el aire.
Veinte minutos después le llega mensaje de su amiga. “Santi” anda en Argentina. No pudo haber sido él, entonces fue el wey que la seguía. Le toca a la vecina para preguntarle si no ha visto a nadie sospechoso en el edificio. La señora no abre la puerta. Empieza a pensar lo peor.
Despierta con migraña, es domingo. Se viste. Abre la puerta, va a tocarle a la vecina. Cuál es su sorpresa al ver que sobre la puerta está pegada una nota adhesiva en blanco, voltea a ver las puertas de los otros departamentos, todas tienen pegada una nota adhesiva en blanco, incluída su puerta.
No sabe qué hacer. Siente que se está volviendo loca, vuelve a escribirle a sus amigas pero es muy temprano y nadie le contesta. Marca al 911 y pide por una patrulla, les dice que está preocupada por su vecina.
Los policías la entrevistan, ella les dice que la vecina no le responde desde ayer y que eso es raro porque la señora ya no puede moverse lo suficientemente bien como para salir. Les confiesa que tiene una copia de las llaves pero le da miedo entrar. Cuando los policías regresan le dicen que la señora falleció de lo que parecen ser causas naturales.
Pero cuando le piden reconocer el cuerpo sobre la camilla, Reina ve marcas extrañas en el cuello. Alguien la ahorcó. —¿Dónde la encontraron?, le pregunta a los policías.
— Sentada viendo el televisor.
Algo no cuadra, piensa Reina. Regresa a su departamento a llorar. En los cortos tres años de conocer a la vecina se había convertido en una figura materna. La iba a extrañar. Se siente totalmente desorientada.
Después de varias horas las amigas le aconsejan salir y quedarse en la casa de alguna de ellas. Reina no sabe que ha pasado tanto tiempo. Comienza a recoger la casa con las manos temblorosas. Agarra algunos platos, los deja sobre la mesa, sigue llorando. Ve un vaso sobre el mueble de la tele, lo agarra, agarra también los trastes de la mesa, va la cocina y ve a la vecina de pie frente a la estufa. Grita y tira los trastes. Abre los ojos y la vecina ya no está. Va por su cel y le marca a sus amigas pero ninguna le contesta. Se siente mareada y con náuseas. Necesita descansar. Se acuesta y cierra los ojos.
Veinte minutos después una de sus amigas marca a su teléfono, Reina está plácidamente dormida. Después de tres intentos la amiga le escribe: “Reina, necesitas salirte de ahí, le platiqué a mi tía Doctora lo de las notas adhesivas y me dijo que podrías tener intoxicación por monóxido de carbono. Vamos en camino por ti”.
Seudónimo: Mayor Nasser