| 50 |

rain

Cincuenta gotas de lluvia he contado
y esas cincuenta gotas no van a volver,
el dolor envuelto en forma de aguja
(¿recuerdas?, nuestros besos, las fiestas, las escapadas y vueltas de madrugada. Tus ojos verdes perdiéndose entre el viaje y la noche. Tu mano soltándome en la puerta de mi casa)

La más grande debes ser tú,
la más dolorosa, probablemente tú,
la más sangrante,
la que nunca cicatrice… yo.

Volando en círculos dentro de mi propia habitación,
me digo ¿a dónde quieres ir?
ahora que te ha ignorado,
que la has perdido,
que le has llorado.

Dime, Mónica ¿a dónde vamos a parar?
Tú podrías ser mi June Miller
y yo tu Anaís Nin.

Cincuenta gotas de sangre,
como las cincuenta gotas de lluvia,
cincuenta pensamientos nocturnos,
cincuenta oraciones ocultas,
cincuenta noches olvidadas,
mañana… cincuenta y una.

Jun-05

| Utopía suburbana |

utopia_suburbana

Mis manos secas se cuartean, entre sus líneas deslumbra el latido de mi corazón. Lo único que veo es oscuridad. No hay paredes ni techo pero la atmósfera cae sobre mi pecho. Su sonrisa me distrae pero no lo suficiente.

Las palabras que me decía ayer me estallan sobre el rostro, nadie cree en ellas. Como bailarina sobre la pista de baile, ansiosa me espulgo mi propia carne. En este orificio que se expande no habita nadie.

Las hojas crujen contra el sonido de mis pies descalzos, cuero volátil sobre mi espalda danzando hasta convertirse en llagas. Luces apagadas, mensajes vistos. Las palabras que me dije ayer no me dan esperanza.

El agua me sabe rancia y me erosiona la garganta hasta emerger de mi hueco. Cualquier idiota puede verlo. Su mirada me hipnotiza pero no lo suficiente. Atravieso vidrios y sillas, pantanos y piso reptiles que con su piel se impregnan hasta dejarme inmóvil.

Los besos de ayer desaparecen. Nadie puede verme. Quisiera caer sobre mi hueco hasta desvanecerme sin dar explicación.

Un lugar donde no sea ilusa, donde no tenga que ver mi rostro, el sitio donde no me sienta estúpida. La razón de que no exista nada. Cualquier imbécil puede verlo, sentada sobre la porcelana blanca ahogándome con mis propias palabras.

Luces apagadas, reptiles sobre el rostro, palabras que me hieren.  Sus ojos me distraen pero no lo suficiente.

| Tic, tac, callada |

Existe un enemigo interno, un impulso eléctrico que con chispazos sutiles me ahoga el cuerpo. Son las voces de la infancia, los gritos del abuso, el dedo índice del compadre rozándome la espalda, el suspiro de una muerte anunciada.

El arte de hablar, ridículo e innecesario. No digas nada. Porque va a enojarse, molestarse, porque no le interesa tu mirar. Quédate callada, niña, nadie le pidió a tus labios respirar.

Lo hablado, lo ignorado, lo oculto, lo ahorrado. Todo lo que me guardo y “olvido”, termina siendo el rompimiento del vínculo, la desesperanza en el pecho vacío.

Me consume desde los labios hasta el interior de mis piernas. Sed amarga… seca. Saliva incandescente, gloriosa, suspiro cálido y sensual que me hace olvidar y recordar.

No somos nada cuando no soy lo que quiero. No somos nada cuando aún te veo, verlo.

Callada.

|Diálogos de una mente vulnerable|

Tócame el pecho,

aquí resuenan besos olvidados,

tacto firme y seco, redefine mi piel.

*

Tócame el pecho (anda)

pero sólo una vez,

que si tu roce permanece

tendrás que irte y yo…

*

Tócame el pecho, maja…

deshazme de mí.

|Penúltimo|

Nuestro recuerdo me hierve desde las entrañas. “Escapa…”. El color de tus labios me rompe el alma. Se sumerge en mis pensamientos obligándome a olvidar todo. Como la mirada del enfermo, existe alrededor tuyo una atmósfera casi imperceptible de fracaso e inocencia, de tristeza.

Sabes exactamente qué es lo que te sucede, sólo no quieres verlo. No pudiste soportar que ella fuese más que tú, tenías que llegar contoneándote, haciéndote absolutamente presente, dejándome de lado todo lo demás.

Pero hay en ti una absoluta belleza que me hipnotiza, estoy segura que no son sólo ideas mías. Los he visto mirarte, a cada uno de ellos cuando entras en algún lugar.

Las palabras no se esconden detrás de tus labios, que ya no saben decir nada, sino de tu avasalladora mirada que me obliga a callarme cada instante en que te observo. “No te engañes”, me digo; que es más allá de tu figura lo que impone este silencio, es mi temor golpeándome directo al estómago, alzándome el rostro con tus manos y soltándome sin más.

Oh, querida mía, no puedo decirte de frente nada de esto. No porque no pueda, sino porque deseo que no lo escuches nunca, porque anhelo tanto que abras tus ojos… Déjame intacto el recuerdo de lo poco que me diste aquella vez.

Tu sonrisa, las dulces pecas que adornan tus mejillas, el ritmo de tu andar, imágenes que se presentan intermitentes a lo largo de mis días, patadas de ahogado de un amor condenado al fracaso, reflejo innato de todo lo que hago y no he podido ser.