Me quedan poco menos de cinco meses para emprender un viaje con el cual he soñado desde que tenía quince años: conocer Europa.
Siendo sincera, nunca creí que llegaría el día en el que pudiese cumplir ese sueño, supongo que todo viene de la experiencia en cuanto a la desilusión. La única oportunidad que tuve de hacer algo al respecto, fue cuando cumplí quince años. No quise una fiesta porque nunca fui una niña que le gustara usar vestidos, así que pedí un viaje para conocer Italia y ver un partido del AC Milan en el cual militaba mi jugador favorito: Paolo (El Gran Capitán) Maldini.
Muy probablemente mis papás no tengan ni una idea de lo mucho que me dolió no haber cumplido ese sueño, lo mucho que me lastimó que rompieran esa ilusión bajo el argumento de que “no me había portado bien, no había tenido buenas calificaciones”.
Hasta mucho después entendí que no teníamos el dinero, ya no solo ni para ir a Italia, ni siquiera para salir de la ciudad. Tiempo después me cayó el veinte de que la razón por la cual mis papás no me cumplieron esa promesa no fue porque no quisieran o porque no creyeran en mí, sino porque no teníamos los medios como familia de hacer algo tan simple (para algunos) como tomar unas vacaciones.
Me tomó dieciocho años tener el dinero suficiente para darle a mi niña de quince años, la quinceañera que tanto se merece. Llegué muy tarde para ver un partido de Paolo Maldini, eso sí.
Ayer mi futura esposa, mi mejor amiga y yo, compramos los boletos para viajar de Inglaterra a Dinamarca, rentamos el AirBnB. Fue todo tan surreal, tan… increíble (de ese que de verdad NO lo crees). Y en parte aún no me lo creo, mucho tiene que ver con algo que recientemente platiqué en terapia: la depresión nos hace creer (porque algunas de nosotras crecimos así) que todas las personas que nos quieren, van a abandonarnos. El abuso y trauma nos hace recordar que debemos estar alertas porque en cualquier momento sufriremos un ataque. Los ciclos de codependencia nos afirman que algo malo va a pasar, porque ha sido así la mayor parte de nuestras vidas. “Siempre termino desilusionándome”, y aunque racionalmente sé que todo “está bien” en mi vida, sigo a la expectativa de algún desastre.
Me pasa mucha parte del tiempo. Lo que sé no coincide con lo que siento. Sé que soy una mujer dominante, inteligente, intuitiva, brillante. Me siento desvalorada, como una idiota, que no vale la pena, que no merece nada bueno de la vida “porque siempre ha sido así. Ayyyyyyy, esta pinche lucha diaria y constante. Es importante abrazarse.
En Inglaterra quiero perderme en los campos, en su inmensidad, respirar su aroma, sentir su cuerpo. Quiero caminar las calles de Londres, tomar imágenes de su arquitectura, visitar Abbey Road, pararme en el Palacio de Buckingham y respirar el mismo aire que la reina (culpo a The Crown por eso) y si de pura caca, me toca conocer a mi segunda inglesa favorita (Gillian Anderson), me doy por super, mega, bien servida.
Quiero conocer todos los lugares en los que alguna vez compartió momentos mi futura esposa, quiero pensar que estuvimos ahí al mismo tiempo, que volvemos a los lugares que nos ayudaron a crecer para agradecerles lo mucho que hicieron por nosotras. Es una sensación rara, porque sé que nunca he estado ahí y quiero volver a verle. Tal vez una parte de mí estuvo allí, tal vez sólo es la emoción del momento.
Por primera vez en mi vida estoy haciendo más cosas por cumplir mis sueños, que por el deber de vivir la vida.
Y nada de esto sería posible sin mi futura esposa, las hermosas mujeres de las que me he rodeado, mi familia pero sobre todo: mi madre. Porque aunque no tuvo las palabras para decirme (cuando lo necesité) que creía en mí, ahora hace todo lo posible por hacérmelo sentir. Porque sin la fortaleza heredada, sin la ilusión heredada, no podría haberme aventado a experimentar la sensación que mi bisabuela, mi abuela y mi madre siempre han anhelado sentir: LIBERTAD.