Por años me he sumergido en la belleza de Anaís Nin, recuerdo sus inmensos ojos, como puertas al alma. Sus escritos me propiciaron mis primeros encuentros con la sexualidad, recuerdo leerla a escondidas con libros que me prestaban de la biblioteca, me los prestaba mi difunto profesor. Si por aquellos años, cuando yo tenía trece años hubiesen mis padres visto el libro de “Pajaritos” entre mis cuadernos, si incluso los hubiesen leido seguro se caían en pedazos. La sexualidad nunca fue un tema comentado en casa y en Anaís era tan natural, tan erótico y sensual, no era malo, como todos decían que lo era, recuerdo tocarme al leer sus relatos, recuerdo el deseo emerger sobre el centro de mi estómago hasta quedar satisfecha y pensar en lo excitante que sería sentir la pasión de un hombre, el cuerpo de un hombre sobre de mi.
Ahora descubro por casualidad a Carmen Mondragón (Nahui Olin) y es hipnotizante su manera de escribir. Tal vez he sido muy tonta al no haberla encontrado antes, me recuerda tanto a Anaís, con una belleza diferente, sensual y erótica. Anaís me produce tranquilidad, me produce paciendia pero es ella, Nahui, la que me produce morbo, me produce palpitaciones. Sus escritos poseen una belleza enigmática y perforadora, su belleza es indescriptible, sus ojos son como dos faros que perforan y sonríen conquistándote, probándote.