| Memorias a Don Antonio Esquivel |

Primero quise escribir sobre viajes interminables, criaturas imperceptibles al ojo humano. Monstruos internos que suplicaban por ser liberados, sombras que resguardaban la puerta a universos de infinitas posibilidades. Quería escribir sobre encuentros significativos, memorables.

Rompiéndome en silencio, no encontré otra forma de respirar. Las hojas mis pulmones, la pluma mi nariz. Una vez aceptado mi destino, no me pude contener, estuvo en mi todo este tiempo, esta energía y fuerza de guardar en palabras cualquier cosa en que mis ojos se pudieran detener.

Llegaron hombres, mujeres, niños, guías. Personajes, historias, nuevas vidas. Llegó la rabia, la desilusión, el desamor, la cobardía. Llegaron recuerdos inexistentes, sueños que me inventé. Ninguno ni nada era como parecía, todos eran simples imágenes de lo que algún día pudo ser.

Llegó la página vacía, las oraciones que no pude terminar de escribir. La imperiosa necesidad de querer ser alguien que jamás podré. Felicidad desconocida… o interrumpida. Quería escribir lo que era ver al mismo tiempo que cubría mis ojos.

No puedes amar, alguien como tú no puede. Alguien como tú no siente, no piensa, no vive. Alguien como tú es nadie. Un ser invisible e inexistente, el monstruo sobre el que escribiste siempre…

Hermosa mía,

hermosa mujer.

Imponente,

sensual,

enigmática,

misteriosa.

¿Te has mirado bien?

¡Oh, dulce mía! No cambies nunca,

quiero abrazarte tanto,

susurrar a tu oído lo preciosa que has sido conmigo.

Quiero tomar tu rostro y mirar fijamente tus ojos,

no me queda un mayor anhelo que ese,

poder ser yo quien te lo diga:

¡Dios! Lo magnífica que eres.

 

Quiero besarte los ojos,

los labios,

lamer tus lágrimas,

jalarte del cabello y obligarte a mirarnos bien.

Preciosa,

dulce mía,

no te apagues nunca.

 

Sostenme bien,

porque no podré estar de pie mucho tiempo.

Me dejaste caer y cuando vi tu mano no quise sujetarme.

Era él como su hijo, solemne, fiel, sensible, amoroso. Fuerte, duro, directo, con falto de tacto. Sus ojos pequeños devoraban al mundo con la mirada, traspasaban tu alma, llegaban hasta el fondo de tu ser y luego no decían nada. Una habitación totalmente oscura que era ligeramente iluminada por una luz que provenía de alguna parte, incandescente no dejaba ver de dónde. De pie, entero, jamás sentado, siempre ayudándome a ser más mujer.

Con sus manos ásperas, arrugadas, me enseñó todas las cosas que no creí debía de aprender. Cómo abrir el tórax de un chivo, cortarlo directo en el centro, sin tocar arterias, si lo hacías la sangre te salpicaba el rostro y se metía en tu boca. Y el reía, cómo reía. Pasaron tres años para que me costara trabajo recordar su sonrisa: sutil, retorcida.

Vueltas y vueltas alrededor del Sol, caídas, desilusiones, partidas. El único hombre que tomaba con humor mis equivocaciones, mis errores. Todo parece igual, sólo que ahora no puedo caer por completo… él me obliga a vivir, ¿por qué?.

Día uno, nunca te fuiste, día dos, me arropaste cuando me quedé dormida sentada en el sofá. Día tres, sostuviste mi caída. Mi soldado, quiero ser tan fuerte como usted.

“Necesita ser feliz”, la frase que no he dejado de escuchar. Sólo has permanecido por eso, porque no he encontrado la forma y así como al chivo, debo aprender a abrirme con precisión, por el centro, sin salpicarme, sin cercenarme ni romperme los huesos.

Quiero escribir sobre flores brillantes, paisajes que no he podido conocer. Sobre colinas cubiertas de trigo y tulipanes, sobre el sonido de una risa como música acompañante.

Papá Toño, quiero escribir sobre unos ojos que descubrí. Precisas pinceladas de colores inmersos: azul, verde, miel, negro. De cómo cambian de emoción cuando me observan, de cómo gritan mí nombre cuando ella me besa.

Quiero escribir sobre su sonrisa, su aliento, Papá Toño debería de mirarle las pestañas. Quiero escribir sobre las dulces y sutiles pecas y lunares que adornan de belleza su cuerpo y su mirada. Quiero escribir sobre sus manos: suaves, frías, tersas.

Quiero que cuando ella sea mayor y no esté conmigo, -porque alguien como ella, musa brillante e imperfecta, no es para sólo un artista. No le pertenece a nadie, a veces ni a ella misma-, se acuerde de las palabras que le escribí alguna vez: quiero que seas libre.

Papá Toño, quiero ser memorable como usted. Invencible.

 

2 thoughts on “| Memorias a Don Antonio Esquivel |

  1. Has mejorado sin mesura, querida, se ve que sale del corazón, que nada guardas, no suena nada forzado y te genera una sensación de replica; de querer contestarte y es gracioso porque todos los diálogos son entre tú y tú.

    Seguiré leyéndote.

    • Gracias por leerme mi estimado 🙂

      Sin duda tus halagos me impulsan a seguir con la tarea de escribir un sentimiento.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *