Se me acaba el corazón
cuando cree escucharte.
Inconcebible dimensión.
Insuficiente el espacio que lo encierra.
Si de mis labios pronuncio tu nombre…
No regreso nunca.
La mente trataba de controlarlo pero su cuerpo fue más rápido. “¿Cómo no lo vi antes?”, se preguntó desde el primer instante, y la pregunta le siguió hasta la última de sus locuras.
“Regreso como cualquier alcohólico a cantina, a contar las historias que han permanecido almacenadas en mi memoria. Sólo que aquí no hay nadie que pueda escucharlas, o tomarlas. Ha sido el mismo recuerdo el que me ha pedido, me detenga.
Amante y mejor amiga, me seduce por las noches inundándome con sus imágenes: todas de ella desnuda. De su piel de caramelo. Recostada, sobre la oscuridad de mis sábanas, me enamoré”.
Carcajada, ironía. No era otra sino la historia de un explorador cualquiera, que inmerso en sus pensamientos, se encontró con una pequeña ciudad desconocida.
“Tendría ahora que comparar aquellos ojos negros, con la incertidumbre entre sus calles. Finas piedras blancas, de mármol y arena, enmarcaban un enorme cuadro con la imagen de ella…
Ya no puedo volver”, se dijo sumergido en la belleza de la pintura. Debió saberlo desde el momento en el que probó sus labios por primera vez. “Y sí lo supe, me lo dijo un impulso de excitación que ya no pude contener”.
Eran jardines, eran flores, campos de trigo y maíz. “Eras el olor a lluvia, el olor intoxicante al otoño almacenado en el aroma de tu cabello, tu hermoso cuerpo, tan precioso que todo lo tuve que besar, desde tus bellos párpados hasta tu delicioso centro sabor a sal. Cómo no me iba a enamorar”
Sus calles no eran de piedra, eran caricias de dolo y llanto. La ciudad sufría. “Me quedaré sólo por una noche”, se dijo en voz alta, consciente de que no regresaría jamás.
“Creí que podía conquistarla”, fue la primera razón que le escuché decir. Tan banal y egoísta. La ciudad no quería ser conquistada, sólo descubierta. Quería que alguien la tocara tiernamente, sin poseerla, el explorador fallaba a sus principios, ¿Cómo podría poseer un pedazo de tierra? Se envenenó de ella.
“Fue ella”, me dijo entre sorbo y sorbo, sin aceptar la culpa. “Quería quedarme en su memoria para siempre”, esbozó antes de partir. “Quería hacer mío cada rincón, cada instante pensando que la tierra guardaría mis pasos, que en ella quedaría mi rastro, algún dejo del amor que por ella sentí, desde el instante en que la vi mirarme…”
La ciudad no fue suya, pensé en decirle, nunca lo fue. Ella quiso que lo mirara aquella vez, esa vez única. Debió de haberse ido.
“Una sola noche, y no regresé nunca”.