La cabra blanca

Estoy con Jessica en nuestro departamento en el cuarto piso. Escucho pisadas fuertes, ladridos de perros. Me acerco a la mirilla de la puerta. Las pisadas son cercanas. Aparece una cabra blanca de pie en sus dos patas traseras. Sus enormes cuernos son tan grandes que enroscados forman un círculo completo.

Viste una hermosa bata de seda color rojo sangre, los bordes son negros. No habla. Se acerca a la puerta de mi departamento y empuja la puerta, una, dos, tres veces. No la dejamos entrar. Vuelve a empujar la puerta con todas sus fuerzas, una, dos, tres veces. Abre un poco, me observa a través de la mirilla. Tengo miedo.

La cabra vuelve a empujar, desesperadas las dos, ella por entrar y yo, porque no lo haga. Una, dos, tres veces. Se cansa. Desde la mirilla la observo alejarse, baja derrotada las escaleras, la pierdo de vista.

Vuelvo a escuchar pisadas, suaves. Miro a través de la mirilla, espacio que no me deja ver toda la perspectiva. Del otro lado está mi amigo Daniel, toca la puerta y me pide que lo deje pasar. Le abro la puerta rápidamente, no quiero que entre la cabra blanca con sus enormes cuernos.

Pero la cabra ya está adentro.

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