|La última… Y nos vamos|

Me preguntaron ¿por qué? en el último trago y yo lo tomé como una ofensa. ¿A quién le importa? Otros, como Rita, hacían la pregunta con preocupación. Entre diálogos y despedidas, a nadie satisfizo la respuesta.

Desperté dos horas antes cuando el cielo aún estaba oscuro pero el sueño fue más fuerte; y más allá del sueño; las emociones que rodeaban mi cuerpo y corazón cuando amanecía a su lado, pensando que todo lo que había deseado, sucedía en ese instante. Quería querer y ahí estaba, queriéndole. Ella también me quería. Sumergida entre el recuerdo de sus palabras diciéndolo, caí nuevamente dormida.

Iba más allá de su evidente belleza. Era poder ser yo misma con alguien. Era escuchar música nueva, reír de escenarios ridículos con diálogos inexistentes. Conocer nuevos lugares, personas, comida, lenguaje. Era fingir no temerle a nada por no querer lucir ridícula. Sin darme cuenta ya nada me asustaba, aunque tampoco entendía claramente qué era lo que sucedía.

Era la distancia. Me dije desde el principio. Algo pasaría y entonces vendrían los problemas: miedos. De esos a los que pretendía no escuchar. Al soltar su mano invadían mi cuerpo de inmediato. Los por qué, las dudas, los cuestionamientos.

No le gustas tanto. La constante. Implantada por mí. El clásico juego entre la mente y yo. El ritual de apareamiento, el proceso que debemos seguir. Hacer todo lo posible por creer que es cierto y cuando me inunda el vacío aparece la razón diciendo: no todo es así. También puede que llegue el día en el que hasta la razón esté equivocada, en el que nada tenga sentido porque no existe un control.

Era el final. La semilla implantada hasta el fondo, arrinconada gracias a su poderosa raíz. La imperiosa idea de que todo lo que es bello debe morir. “Porque la belleza, como el dolor, hace sufrir”, me recuerda mi cabeza, susurrando a mí oído la cita de un autor. Porque también ella tiene sus problemas, porque sus procesos son distintos, porque desde el principio fui una segunda opción. Porque debe regresar a casa, pasado y presente al mismo tiempo, entrando por la puerta. Hacia dónde va y qué es lo que espera.

Paciencia. No tiene por qué ser más difícil.

Pero… salté.

Tomé el riesgo y ella se quedó allí, mirándome desde arriba.

Me fui.

En ocasiones llegaba el momento en el que mi mente ganaba y me obligaba a salir porque no podía seguir. Fingía y daba vueltas por la calle, llegaba hasta la esquina y recorría la manzana entera. Entre los autos, el ruido de la avenida y mis constantes negaciones creciéndome por dentro… perdía la razón.

Aunque de vez en vez me desplomo, es mi problema, no el de ella. Era porque me importaba demasiado. Aún me importa así de tanto.

Porque con ella todo es una danza. Todo es un elaborado juego. Un reto. Y me gusta. Porque cuando se me aparece o voy camino a verle siento un anhelo y un estremecimiento en las entrañas como no lo siento con nadie.

No puedo evitarlo, pensar en ella como una sombra, hasta cierto punto porque lo desea, prefiere verse como un esbozo de luz cuando su entera presencia y hermosa silueta aparecen centelleando incesantes.

Porque también hay momentos en los que siento su soledad, sus manos aferrándose a una vida que cree que merece, al mismo tiempo que batalla por soltarse simplemente porque quiere algo más. Y debería tenerlo. Porque no le da miedo hablar de la oscuridad.

Es fuego, es alma. Es odio, es furia. Es un grito destrozado pidiendo ayuda en algún lugar de un bosque lejano. También es paz, es calma. Tranquilidad. Es recostarse sobre ese verde campo, el que tanto imaginé. Un dulce aroma, el que de inmediato te lleva a un recuerdo de la infancia donde eras feliz. Es el mejor beso, el final a la cita perfecta en que la hiciste reír. Es no querer soltarla nunca y saber que no puedes sujetarla. Es querer respirar bajo el agua

Porque no encontraba las palabras exactas para describir por qué la quiero; fue así que tuve que escribir un cuento. Porque quisiera regalarle las palabras exactas y hermosas que puedan describir todas y cada una de las cosas que me hace sentir:

Te quiero.

Porque me aquejaba el pecho, porque siento que es ella…

La única. La última.

Y nos vamos.

Juntas.

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