| Chained |

Estaba pensando que mi cerebro necesita su propia vida aparte, aparte de la que vivimos juntos cada día y de la que al parecer suele deshacerse de mi, o aparecerse en extrañas formas. No me conviene vivir con él.

Que en su vida fuera quien quiera, ese escritor de cuarenta y tantos, amargado, aburrido, triste, nostálgico, reprimido. Enamorado de su editora, de su triste, amargada, cínica, guapa, y sensual editora. ¿A dónde podrían llegar? A ningún lado, seguramente, pero a mi cerebro le encanta imaginarse en las situaciones más extrañas de todas, el vive demasiadas vidas y a mi me confunde mucho con la mía.

A veces se me presenta en forma de mujer, siempre con esa misma mirada y con esa misma figura, su representación mental es la misma en la cual yo me veo formada, y ¿por qué fantasear con ella? Porque mi cerebro enloquece de vez en cuando y se enamora hasta de sí mismo. No tolera a otro ser dentro él.

Debería de conseguirse un cuerpo distinto al mío, al mío y al de ese escritor, y esa mujer, y ese hombre, y esa otra chica, y Luciano, ese Luciano que me sonríe de vez en cuando cuando camino por las calles, ese Luciano quien fue el primero de todos, quien me quitó todos mis pensamientos. Luciano era en verdad bello, hermoso, como suelen serlo todos, con los mismos ojos, exactamente los mismos ojos.

Me confunde todo el tiempo, me confunde y me tardo en conectarlo a mi vida, despierto llena de vibraciones en mi cerebro, llena de astillas en el cuerpo, como si me hubiese mojado, como si hubiese salido a la calle y me hubiese convertido en ese escritor, en esa mujer, en ese chico, en esa otra chica y en Luciano, y Luciano es el peor de todos,él no me deja dormir,

Desearía que mi cerebro se buscara un trabajo, donde pudiera vivir todo lo que vive, donde se metiera en la mente de todos como suele hacerlo, donde ríe, donde llora, donde odia, donde ama, pero verás, yo le digo a mi cerebro que no puedo vivir todo al mismo tiempo, no puedo correr por las mismas calles todo el tiempo. Tiene que elegir,en un momento de mis tantos sueños, de qué quiere vivir.

Mi cerebro debería de dejar de pensar tonterías, debería de dejar de imaginarse cosas, deberían de detenerlo en algún lado de la luna y decirle que se detenga, que no le puedo seguir el paso, ni siquiera a la hora de escribir.

A mi cerebro le gusta mojarse, le gusta sentir cómo la lluvia penetra a través de mi cuerpo, y sí, lo siente todo, el siente cada movimiento, a mi cerebro le gusta mojarse porque significa limpiarse, despavilarse y volver a vivir una nueva historia. No se encadena, no como yo de él, él es libre, y eso me molesta.

Mi cerebro la ama, esa perfecta figura humana, esa mujer hecha de leche, de perfectos ojos azules, ¿son azules? no lo sé, de esos labios, de esa piel, de ese olor, de esas manos y de ese cabello. Jamás se olvidará de ella y tendrá que hacerla suya, poseerla como lo hizo de mi, rehacerla, como me hizo a mi.

Se apaga algunas veces, cansado de caminar, cansado de buscarla, se detiene por momentos y me pide tiempo. Mi cerebro está irremediablemente conectado a mi corazón y cuando mi cerebro cree que ya no puede amarla me deja vivir mi vida y seguir los ojos de mi Tadzio, y se siente vivo, como la primera vez que la miró a ella, y duerme, duerme, soñando con ella y yo, soñando con él.

 

 

| Winter |

¿Puede el viento romper un lazo unido por el miedo? No lo sé, no lo he visto, ¿lo he visto?, lo ignoro. ¿Podría? ¿Puede?

No lo sé, creí haberle visto en el pasado como una especie de mounstruo maternal que se metía cuidadosamente en mi vida. Por un momento lo creí, pensándo que alguien más había tenido la culpa pero no, solamente fui yo… y él.

¿Y ahora? ¿Qué no detiene ahora?

 

| María |

María, pero qué hermosa era María. Con su cabello ondulado que peinaba de manera perfecta, con sus perfectas manos, lisas, de color leche; con su sonrisa, siniestra pero hipnotizante. Cuando caminaba por la calle todos pensaban, qué bella que era María.

Y entre muchos apareció un muchacho, un muchacho que nadie sabía quién era, de entre todos era el más extraño, el más callado, aún, tenía en sus ojos verdes una mirada que María nunca pudo olvidar, una mirada casi asesina, una mirada de asombro, de temor. María cruzaba la calle cada vez que lo veía pasar.

María, nadie sabe lo que la belleza cuesta en esta vida.

¿Y qué era sino una más de entre las muchas atractivas? ¿Qué era lo que María poseía que todos tanto admiraban? Su fortaleza, esa fortaleza que tan de pronto se vino abajo, esa fortaleza que algo tan secreto para muchos pudo borrarla de la faz de la tierra, esa sonrisa, esa mirada; esa manera de ser de María pronto quedaría totalmente desvanecida. Nadie más la volvería a ver en la forma que era. La imagen de María se volvió un fantasma.

María caminaba de regreso a casa caminando muy de prisa, el sonido de sus tacones producía un eco en la calle, un eco silencioso, el sonido de la madera contra el concreto, el sonido del miedo y el último sonido que María escuchó como la María que solía ser, la María que no volvió a ser.

De entre los coches apareció ese chico y María no dijo nada, se quedó callada, aquél hombre venía con un arma y de pronto, en ese instante María se dió cuenta de qué era lo que tanto querían, lo que deseaban de ella, hombres y mujeres deseaban poseerla. El chico le dijo que se callara y la llevó hasta el terreno baldío de la esquina, se quitó los pantalones y levantó la falda de ella; de entre toda la ropa María sintió que se le acababa la vida. No dijo nada, no gritó a pesar de que el hombre nunca le tapó la boca, no lloró a pesar de que sentía las lágrimas casi salir de sus ojos. No habló, no pensó, no deseó que terminara pronto. María murió en ese instante, dejó de existir.

Conoció los golpes, como muchas mujeres, conoció el sabor del vino y la sangre, como muy pocas sabían mezclar. Sus hermanos, los peores de los hombres, la golpeaban noche tras noche, a ella y al vientre abultado que crecía dentro de su cuerpo y a María no le molestaba que lo golpearan, lo único que pedía era que no le golpearan el rostro, eso era lo que a ella le importaba. Su actividad consistía en aceptar tragos de hombres que aún, entre todo, la deseaban, a ella y al vientre, y al vino. Juntos.

María tuvo al gûero, Martín. El mismo color de ojos y María supo que jamás lo querría, cuando nació y vió los ojos, la partera le dijo, “pero mire que lindos ojos le salieron al muchacho” y María preguntó, “pero pueden cambiarle ¿verdad? se le pueden oscurecer, ¿he oido?”, “Oh no niña”, le dijo la partera, “este tiene el alma limpia, este se quedará con ese verde claro, ya lo verá”. Y así fue.

Mi tía María cumplió 50 años y yo, la conocí. Había escuchado tanto de ella y tan poco, había escuchado lo que habían dicho de ella, había escuchado lo que hacía por las noches, había escuchado lo que bebía por las noches, y no la conocía, la miraba a los ojos y no la conocía porque ella no estaba ahí, ella no existía para nadie, ni para ella. Se había olvidado de sí.

Me miró y sonrió, me cargó en sus brazos y me sentó en sus piernas. Se acercó las manos a sus orejas y se quitó sus aretes de oro, los únicos que no había vendido, o cambiado, o derretido en alcohol; se quitó ambos y luego los colocó en mis tiernas y pequeñas orejas. Le dijo a mi madre que una niña de un año no podía estar sin aretes de oro.

Mi tía María se cansó, se cansó de esperar a que el alcohol terminara con ella; encendió el último de sus cigarros y se metió a la bañera, lo fumó intensamente, como los había fumado siempre. Recordó que en la familia ella era la más bella, recordó que todo el mundo le decía a su madre, de ella, que era la más hermosa de las tres, que podría conseguir al esposo que fuera. María esbozó su última sonrisa, tomó el tostador que había colocado encima del retrete y lo dejó caer.

El cuerpo de mi tía María murió esa noche pero a ella, nunca la conocí.

| Blue Velvet | Tu garganta de terciopelo

 

 

Es terrible mirarse, es terrible mirarse así. Sentada en una silla de ruedas mientras observas tu reflejo en las ventanillas del hospital. Debí haber muerto hace muchas veces.

El grito, la agitación, el miedo de no saber qué es lo que sucede y muchas veces me pregunto, si un bebé dentro del vientre de su madre puede sentir miedo después de sentir amor por tanto tiempo, el amor del tacto sin ser tocado, el miedo de saber que te mueves hacia un lado que no conoces y no sólo eso, te jalan, te arrancan de su ser.

No respiras, ¿por qué? ¿por qué? todos se preguntan y en segundos los Doctores saben qué es lo que está sucediendo. ¿Todo está bien? Pregunta tu madre y a ti te llevan de inmediato a una incubadora porque no respiras, porque tu sangre no circula, porque la sangre de tu madre y tu padre no encontraron la manera de fusionarse y hacerte a ti. Ni siquiera eso.

No sentí el amor de mi madre, no sentí ese abrazo, no sentí ese beso, sentí cables, sentí jeringas, sentí a personas gritando cosas a lado de mi, el tacto de mi padre a través del plástico, tocar sin ser tocado.

Y estoy aquí de nuevo como lo he estado hace tiempo, sólo que ahora estoy sola y lo merezco, por favor no dejes que nadie me vea así, no dejes que nadie que me conozca me vea así. Muriéndome. ¿qué sentirá un padre al ver a su hijo matarse? Deberá sentir la misma muerte, deberá sentir que le arrancan el corazón y tu hijo, ahí, mirándose al espejo con desdén, como si no te importara. No entenderlo no significa que no lo ames con todo tu ser.

Que nadie me mire, que nadie mire a esta niña de 15 años maldiciendo su vida, que nadie la vea llorar, que nadie la vea vomitar; que nadie la vea reírse o tomar todo lo que pudo haber tomado, que nadie la vea divertirse, que nadie la vea fumando. Que nadie la vea en el baño, que nadie la recoja del suelo, que nadie le de bofetadas, que nadie la cargue del suelo. Que nadie llame a un Doctor, que nadie la lleve en un taxi a su casa. Que nadie la deje , que nadie toque a tu puerta, que nadie abra. Que nadie me vea.

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| Hunter |

No inicamos de la mejor forma, no salimos, no nos conocimos, no quisimos nada especial. Nadie dijo que nos conoceríamos alguna vez y mira, nos conocimos, en algún punto nos reunimos, dos almas completamente distintas y destruidas por dentro, amargadas, sin satisfacción por la vida. Y mira, nos conocimos.

No supe nunca el nombre de tus padre sino tiempo después, no supe cuál es tu color favorito, tu hobbie favorito, tu restaurante, tu día de la semana, tú numero de la suerte. Supe de que sabor eran tus labios, super el calor que daban tus abrazos.

Que no te haya conocido no significa no amarte.

Porque verás, tal vez no fue especial, tal vez no fue digno, pero ahí está, ahí mi corazón dándote todo el amor que cabe dentro de él, incluso el que escondió por momento de miedo a que le hieras, incluso ese pequeño pedazo, ahí está, dentro de ti.

En cierto momento de mi vida, y me evoco al día exacto, al momento exacto en el que te conocí y ¿sabes? ahí está, intacto en mi memoria, como el olor de la loción que ocupabas entonces, la que no ocupas ahora. Te vi, acercárte corriendo desde la calle, te miré desde lo lejos, jamás te lo dije, yo estaba ahí, escondida, mirándote, con temor de que no me vieras porque no sabía que eras tú, yo miraba a un chico que me parecía hermoso, bonito, guapo.

Y te vi, acercarte a mi, tan pálido, tan amargado, tan cínico, tan sonriente, tan guapo, tan hermoso, esos ojos, mi niño, puedo ver tus ojos con mis ojos cerrados, son en verdad hermosos.

Eres la imágen de aquello que siempre quise tener y por eso te cuido tanto, por eso siempre quiero hacer cosas bellas por ti.

Tal vez nuestro comienzo no fue especial pero es el mejor comienzo que he tenido en toda mi vida.

 

| Tadzio |

Esa mirada, ¿la has visto? la mirada triste y vaga que suelen regalarles a las cosas más monótonas de la vida. La imágen triste de lo que no eres.

Y ¿quién eres tu? sino un reflejo de mi imaginación, el objeto de deseo que no podría obtener y no hablamos de ese, la belleza, la verdadera belleza masculina de alguien que podría tener no por mi, ni mi figura, ni mi cuerpo, ni mi corazón herido, exactamente por eso, por su corazón herido, destrozado y aún lleno de lágrimas jamás habría de mirarme como cuando habla de ella.

Pero cuando duerme, en mis brazos, es como llorar, es como observarlo ahí, a lado mío siendo lo que es, mío y estando ahì, mi Tadzio, el que muchas veces creí imaginario, con su cabello brillante al Sol, con sus buenos modales, con su sonrisa y fue eso y lo recuerdo y me evoca a esa escena.

No sonrías, no deberías de sonreírle así a nadie.

Porque así fue, su sonrisa, Dios, su sonrisa, podría verle todo el día.

Y cuando con tu brazo me señalas las metas que deseas alcanzar, como cualquier explorador pequeño en búsqueda de aventuras, se me detiene el corazón, de ver la luz que te consume, la luz que te llena y que siempre has tenido, la luz de bondad y cariño, la luz que te hacen ese objeto de belleza que eres, para mi. La belleza sigue inancansable de mi persona porque esa belleza ya no es tangible para mi.

Me maravillo al verte.

 

Nadie dijo, que algún día tú y yo nos conoceríamos. Fue como si bajaras de un barranco, totalmente herido y me dijeras al oído: Voy a bajar, no sé por qué pero si lo hago, y si resbalo, ¿estarás ahí para sostenerme o pasarás de lado? Lo mismo me pregunto yo.

| Moonlight |

¿Podrías quedarte conmigo por algún tiempo? Sin decirnos nada y sin mirarnos a los ojos, deja que las emociones del cuerpo fluyan mientras miramos el techo, y poco a poco acerco mi mano para no sentirme sola, y los dos me la toman.

Un vacío en mi estómago que me deja sin nada, sin aliento, sin nada qué pensar, y mientras me acaricias me detengo a pensar en lo que estoy haciendo, si será la oscuridad o la alegría, si será un momento más en nuestras vidas o algo que nos atormente todo el tiempo.

Pensaba yo, pienso yo, en lo que tuvimos hace algún tiempo y no dejo de pensar en ello, no hay momento del día en el que no piense lo que pudo ser, y aunque fue la mejor de las opciones y siempre llego a la misma conclusión, me duele ¿sabes? yo tenía algo dentro de mi y ese algo se desprendió de mi interior como un pedazo de alma.

Me dan ganas de llorar y río, ¿qué esta pasando? Nada, no digo nada, simplemente sonrío, ¿será esto motivo de una separación o de una unión?

Tengo miedo

| Tadzio |

Tal vez tus rubios cabellos no caigan alrededor de tu rostro, ondeados como los rayos del Sol, reflejando la inocencia y la incertidumbre. Tal vez tu ingenuidad y tu pureza sean el punto en el que se iluminan mis manos, tan suaves y tan tersas, con tu rostro de niño, de niño pequeño, de niño indomable y rebelde que sólo en su rostro esconde el amor y la paciencia que nadie más podría tener.

Tal vez me obsesioné contigo y con esa imagen de ti, la imagen de que tu podrías ver en mi todo aquello que yo suelo ver en el espejo, algunas veces, algunas muy pocas veces. Pensé que en ti encontraría la mirada perdida y la mano amiga que me llevaría a ser todo aquello que yo quisiera ser y por miedo, por angustia, por pavor, jamás lo he echo. Yo soy escritora pero no escribo más que para mi y nadie más, para ti tal vez, mi joven Tadzio.

El amor es sensibilidad, el amor es la forma en la que me gusta mirarte cuando duermes, es la forma en la que me besas por las noches, es la forma en la que me abrazas cuando tienes miedo, eres tú, con esos ojos diabólicos que me hipnotizan a mirarte, eres tu con esa cara de niño y ese cuerpo de hombre que me noquean al suelo sólo para darme cuenta que, la belleza, así como el dolor, hace sufrir.

Un hombre bello, te he dicho que lo eres, y lo eres, el hombre más bello que he conocido, con tu inocencia, con tu rebeldía, con tus ideas, con el bien común, con tus sonrisas, con tus maneras de ser muchas veces egoístas, de niño pequeño, de niño malcriado y yo, querido Joven Tadzio me he enamorado de ti como cualquier caja de cenizas, como cualquier camino de cenizas que, entre el umbral de la locura y la sanidad, encuentra a lo lejos esos rubios cabellos y con un suspiro, vuelve a despertar.

| Dying Widow |

Me gusta imaginarme muriendo. Al principio lo hacía mientras viajaba en el transporte público y requería de alguna actividad para perder mi tiempo, entonces comenzaba a imaginarme en situaciones dramáticas.

Una joven mujer de tempranos veintes miraba desde la ventana de su asiento, pero no miraba en realidad, únicamente se encontraba pensando en las cosas que ocurrían en su cabeza. El conductor del camión le venía contando a una amiga que lo acompañaba cómo es que había terminado con su chica, quién aún le hablaba por teléfono para molestarle. El muchacho sentado en la última fila miraba constantemente su reloj en un esfuerzo por no desesperarse al saber que llegaría tarde a casa. El conductor del tráiler que venía bajando de un puente se puso a pensar en el embarazo de su hija de tan sólo quince años y del padre con quien habría procreado al pequeño, en lo mucho que a su hija aún le faltaba por vivir y en lo mucho que se arrepentía de no haberse comunicado con ella, de no haberse acercado nunca a ella y decirle que si lo necesitaba, él estaría allí para ayudarla, pero no cinco meses más tarde.

Los conductores sin ver la vía, la chica sin ver el tráiler tomando la salida y el muchacho reprimiendo al tiempo. El tráiler empujando al camión, la chica volando del otro lado de la ventana, el muchacho sin el brazo que miraba el reloj.

Muriendo, aclaro, moribunda. Con el hueco en el pecho por la falta de aire, con el calor del cuerpo al saber que por mis entrañas se esparce toda mi sangre y muero, me desangro por dentro y muero, y con ese último suspiro de sabor a hierro, de tranquilidad y despojo de mi cuerpo, me siento viva, como nunca me he sentido.

Después me lo imaginaba todo el tiempo, mientras escuchaba la clase más aburrida de la universidad me gustaba imaginar que algún alumno enloquecido entraba en la sala de clase y comenzaba a dispararnos a todos, y que alguna bala me tocaba a mi. También me gustaba imaginarme lo mismo en los bancos, arriesgando mi vida sabiendo que la perdería, sabiendo que jamás podría salir viva y así, así me sentía serena conmigo misma.

Caminando rumbo a mi casa pretendía que algún auto perdía en control y me atropellaba, eso no me gustaba imaginármelo tanto porque sabría que en mi familia sería como una especia de maldición y estigma, jamás hablarían de mi muerte ni de la forma tan trágica en la cual perdí la vida. Sólo hablarían de ella cuando estuviesen pasados de copas recordando los buenos momentos que pasaron a mi lado y en lo mucho que me extrañan y eso, esa idea no me agradaba en mi cabeza. No me gustaba pensar en el daño que le haría a mi familia si yo muriera.

Sin embargo jamás me imaginé a mi misma conspirando en contra de mi vida de manera consciente;  es decir, suicidándome. No. Nunca, aquellos pequeños jamás lo verían venir.

Me gusta imaginarme muriendo, agonizante y moribunda porque en ese último segundo de vida que consume mi alma, en ese instante casi perfecto entre la mortalidad y la vitalidad algo mágico ocurre, algo sereno se emana, algo celestial y divino, en ese momento casi entiendes el por qué de la esencia; y cuando estoy a punto de comprenderlo mi mente despierta y me devuelve a mi “vida”, tan vacía muchas veces, tan decaída, tan fuera de mi.