Mientras miro tu rostro convertido en polvo me pregunto si serán las mismas emociones que nos han atraído las que nos separen como el tiempo, como el viento, como el mirarme en el fondo de este cuerpo y observar que no hay nada en él que no haya sido consumido por este demonio, por este objeto que se apodera de mi y no me deja ver, ni verte.
Tantas personas a nuestro alrededor que nos orillan a ignorarnos, que me orillan a refugiarme en el aliento de una mujer, ¿hacia dónde puedo voltear la mirada? Quisiera salir de este lugar y correr, correr sin saber hacia dónde voy, correr y no volverme, no volverte a ver, no besarte de nuevo, ni abrazarte, ni mirarte sonreír. Recordarte cuando yo estaba bien y no recordarte como te veo ahora, no verte como te veo ahora, no arrastrarte hacia el abismo a donde sé nos dirigimos, hacia un abismo de olvidos repletos de reproches, repleto de aislamiento y oscuridad y dentro de ella, sólo dentro de ella yo podría respirar. No debes estar aquí.
No debemos caminar más rápido de lo que ya hemos caminado y estoy segura que si en algún punto he mejorado ha sido gracias a ti, que si he vuelto a sonreír, a mirarte con ternura y amor a los ojos ha sido únicamente porque tu mano apoyando la mía me ha llevado a ello. Quiero que entiendas que ésta condición a la que me he visto sujeta y con la que vivo día a día me ha llevado a todo esto y no estoy segura hasta qué punto he caminado yo y no ella.
Cuando la conocí, nunca podría olvidarlo. Mirando mi rostro desde una esquina de la habitación, sentada con las rodillas tapando la mitad de su rostro y sus ojos bien abiertos, esos ojos claros mirándome y observándome, juzgándome y yo le preguntaba – ¿quién eres tú?- y ella me decía –Yo soy tú- con su voz tenue y tranquila y la estaba alimentando pero eso no lo sabía.
Nos sucedió el tiempo y cada noche era lo mismo, ella mirando mi rostro y yo mirando el suyo sin decirnos palabras, sin decirnos jamás nada, entendiéndonos, sabiéndonos y de noche, cuando tenía ganas de levantarme y no quería hacerlo ella se levantaba conmigo, tomaba mi mano y nos íbamos juntas, ese momento, ese preciso instante que aún recuerdo, ese momento en el que por primera vez me sentí apoyada es el momento que recuerdo cuando tú sujetas mi mano y me sonríes, la misma emoción… enferma.
I
La luz de la mañana que entraba a través de la ventana despertó a toda la familia, excepto a Alicia, sus ojos hinchados le impedían abrir los ojos, sujetó con fuerza sus cobijas cuando escuchó a su hermano ponerse de pie y correr hacia la cocina, ella no se quería levantar, no quería ponerse de pie. Levantó la mirada hacia la esquina donde terminaba su cama, se tapó toda la cara y escuchó el sonido de los tacones de su madre acercarse.
-Vamos Alicia, es sábado y a tu padre le gustaría ir al campo y jugar con tu hermano. Vamos a desayunar y después tu hermano se meterá a bañar, seguirás tú, sin réplicas y nos iremos a jugar lotería-
Alicia se destapó la cara con su rostro triste pero no era porque se sintiese triste, su rostro era así, con dejo de tristeza, con ojos grandes y vidriosos como si todo el tiempo estuviese a punto de llorar, con los cabellos delgados, claros y rizados que se estiraban cuando su madre la quería peinar, con las rodillas chuecas y largas, con las piernas delgadas y sin forma, con su cuerpo pequeño y a punto de ceder, con sus lágrimas que no entendía qué eran y por qué lo hacían. No había entendido que llorar era malo, lo hacía todo el tiempo cuando nadie la miraba, lloraba cuando un insecto se posaba en su brazo, lloraba cuando un pájaro chocaba con alguna rama y caía, lloraba cuando su mascota, Doli, una perrita sin raza se subía apresurada e histéricamente sobre sus piernas y la tiraba al suelo, lloraba cuando su madre le gritaba, lloraba cuando jugaba sola, lloraba cuando se bañaba y la tallaban muy fuerte, lloraba cuando los chicos más grandes la señalaban y se reían de ella, lloraba cuando comía su almuerzo del recreo sola, mirando hacia el suelo, siempre lloraba, lo único que hacía era llorar.
En el patio trasero de la señora Martínez las mujeres de los señores se ponían todos los sábados a jugar lotería, la señora Martínez sacaba mesas de madera y las armaba, era la mejor de las anfitrionas siempre con sodas para los pequeños y frituras, con palomitas y quesos para las señoras, con vino, con brandy fundador y coca cola, las señoras se sentaban con sus fichas y sus corcholatas a jugar mientras que los pequeños se sentaban sobre la tierra, a la madre de Alicia no le gustaba eso, Alicia siempre debía de estar limpia sino Alicia se ponía a llorar.
Alicia miraba a los pequeños jugar en el columpio y caer sobre un gran charco de lodo y tierra, se embarraban todos, se reían todos, se aventaban bolas de tierra al rostro y la ropa, Alicia sólo los mi raba desde lejos, sentada en un banco que la señora Martínez le había prestado y mientras los observaba, mientras miraba a los niños jugar con la tierra, corres a través de las mesas, tirar las fichas de las señoras, pedir soda después de mucho rato de correr pensaba que no podría estar bien que ellos hicieran todo eso, su madre se molestaba, su madre hacía caras extrañas cada vez que los niños pasaban por su mesa y tiraban las fichas, Alicia no quería que los niños hicieran a su madre molestar.
Se acercó a ellos pero no lo suficiente para que no la ensuciaran, se acercó a ellos y no dijo nada, los miro y se miraron, la más grande de ellas llamada Carmelita le dijo, -¿quieres jugar?- Alicia negó con la cabeza y Carmelita se rió de ella como todos los demás niños se reían – ¿Qué? ¿Te comió la lengua el gato?- y Alicia no dijo nada, solo la miró, miró su rostro moreno por el Sol, miro su cabello cubierto de tierra mojada y seca, miró sus dientes con lodo, miró sus manos que se limpiaba con su pantalón de mezclilla, miró sus ojos sonrientes, miró su ropa sucia.
-Mi mamá se va a enojar- dijo Alicia
-¿De qué?- contestó Carmelita
– Están tirando todas sus fichas, ella se va a enojar-
Carmelita no dijo nada, se volteó, le dio la espalda y se fue mientras los otros niños la seguían, Alicia se quedó parada sin decir nada, acercó poco a poco su pie izquierdo al gran charco de lodo que tenía frente a ella, Lucía, la madre de Alicia la miró.
-¡Alicia! ¡Aléjate de ahí! ¡No quiero que te ensucies!-
Alicia alejó el pie del charco y caminó de regreso al banco donde se había sentado desde un principio, colocó sus codos sobre sus muslos y recargó su rostro sobre sus manos mirando al patio donde ya no jugaban los niños, donde ya no jugaba nadie.