I
Regreso
Oficial al comando Gerardo Lazzo bosteza mientras mira las pantallas con los radares satelitales, son las dos de la madrugada, sólo él y su supervisor Martín Quiroz de guardia en la estación. Gerardo mira a través de la ventana, da un suspiro y le sube a la música de la radio.
En un esfuerzo se pone de pie y camina alrededor de la oficina de comando, avanza hasta la pequeña oficina de su supervisor a quien encuentra durmiendo con el televisor como sonido de fondo, infomerciales.
Baja las escaleras y camina sobre los pasillos de la estación, la cual se divide en la torre de supervisión como anexo, el edificio de seguridad y la estación de servicio. A un kilómetro las oficinas generales y los laboratorios, a dos kilómetros, el campo de pruebas y despegues. Todo es parte del “Campamento y búnker espacial: Fuerte Rivera”.
Toma uno de los jeeps para ir hasta el edificio de seguridad donde hay una cafetería, toma un refresco y sándwich de jamón de pavo, le da una mordida. Se enciende el foco y la alarma de seguridad, corre hasta el vehículo y avanza a toda velocidad hasta la torre de supervisión.
-¿Dónde estabas?- con enorme exaltación y enojo pregunta Quiroz. La alarma se escucha mucho más fuerte dentro de la torre de supervisión. Lazzo deja el sándwich y el refresco sobre la superficie de la computadora, comienza a escribir comandos dentro del teclado, los radares salen de control.
En la pantalla que abre Quiroz se observa al radar principal que ha detectado un objeto espacial pero no puede identificarlo, se acerca a la tierra a la velocidad de una cápsula espacial, de acuerdo con los cálculos de la computadora, la cápsula espacial entrará en la atmosfera terrestre en cuestión de horas.
Quiroz toma el teléfono de emergencia y contacta a sus supervisores. Comienza el protocolo.
Son las cinco de la mañana, todo el rango militar, la Organización Internacional Espacial, guardia presidencial y ejército están al pendiente de las lecturas de los radares espaciales, los cuales indican que el objeto entrará a la atmósfera en aproximadamente tres horas. Todo el personal se mueve rápidamente para encontrar la manera de identificar la cápsula espacial. Satélites espaciales toman imágenes de la cápsula en movimiento pero resultan inconclusas e identificables.
En la residencia presidencial, la guardia, marina y ejército se juntan en el búnker subterráneo donde protegen a la máxima autoridad, la presidenta Roberta Escalar. Dentro del búnker, personal de la Organización Internacional Espacial interfiere todos los satélites terrestres en búsqueda de información que pueda identificar la cápsula espacial. El satélite de mayor rango obtiene una imagen, la cápsula espacial es de origen terrestre.
Siete de la mañana. Las pantallas inteligentes se encienden de manera automática en las zonas más importantes de la tierra, los medios de transporte, semáforos y personas, se detienen para presenciar el mensaje de alerta. Un sonido de alarma, después se sintoniza, el logo de la Organización Internacional Espacial con un texto en blanco: mensaje de la Presidenta.
Salvador Krauze, físico espacial y líder de la Organización Internacional Espacial, camina a toda prisa detrás de Escalar, quien camina acompañada de la guardia presidencial, mientras salen del búnker hasta la sala de prensa de la residencia. Krauze está nervioso, vuelve a leer todos sus documentos, a mirar las imágenes del satélite, todo concuerda. No hay que atacar la cápsula terrestre.
Escalar se detiene, se gira, mira de frente a Krauze y pregunta -¿Está seguro?- No-, le responde él- pero todo concuerda, este no es un ataque espacial, es el regreso de algo o alguien- continúa.
Hace mil años, la Estación Espacial 477 había sido secuestrada por uno de los científicos y astronautas más sobresalientes de la tierra: David Montz. En un ataque de locura, Montz secuestro no sólo la estación espacial, sino a personal dentro del fuerte Rivera y una nave que lo llevaría hasta la estación. Cuando arribó a la estación espacial, asesinó a todo aquél que no quiso formar parte de su alianza, al personal restante lo mantuvo en cautiverio hasta que morían. Pocos fueron los sobrevivientes.
La cápsula espacial pertenecía a la Estación Espacial 477, número de serie Eth31, no habían tenido información de la estación desde que había sido secuestrada, todo lo demás eran historias y suposiciones.
Roberta Escalar avanza a toda prisa, distintas personas se dirigen a ella al mismo tiempo que responde a una llamada en su celular, con el dedo índice en los labios les pide a todos que guarden silencio. Entra a una oficina que la guía hasta la sala de prensa donde todos los medios la esperan. Está sola.
Ocho de la mañana. Roberta suspira, se detiene en sus pensamientos por un par de segundos, cierra los ojos, da un fuerte respiro y se pone de pie. Con sus manos da una última sacudida a su traje sastre de color negro. Abre la puerta.
Miles de flashes de cámaras distorsionan de inmediato su vista, todo aquél dentro de la sala de prensa grita de manera desenfrenada, Roberta sonríe y avanza hasta el pódium. La señal de video se envía a todas las pantallas inteligentes alrededor del mundo, silencio.
-Queridos habitantes de la tierra…- comienza con una voz muy segura, baja la mirada al pódium donde hay hojas blancas y una pluma, escribe. Alza la mirada para continuar su mensaje- Hoy 12 de abril de 3027 será un día que quedará grabado en la memoria de todos, presenciaremos un momento único e histórico. Aproximadamente en dos horas una cápsula espacial aterrizará en la tierra, equipo de la Organización Internacional Espacial va en camino a la zona cero. Después de mil años la Estación Espacial 477, que ha sido secuestrada desde 2020 por el grupo rebelde “Matreros”, envía de regreso a la tierra a uno de sus tripulantes. Roberta sonríe, los flashes de las cámaras vuelven a dispararse. Baja la mirada, lee lo que escribió en la hoja y mira fijamente a las cámaras de video.
-Bienvenida a la tierra, Ethel-
II
Partida
Oscuridad, un piano a lo lejos, estrellas sobre el lienzo sombrío de la galaxia. Una lágrima. Luz, mucha luz y luego nada.
Estaba inmóvil, en shock, no había ido a su casa desde que le dieron la noticia, no se preocupaba por sus hijos, no, su esposa había sido su mayor trofeo. Miró la fotografía, era ella a la edad de 27 años, con el cabello largo, los ojos verdes que parecían de color gris con el fondo oscuro. Sus cejas, sus labios, su rostro. Tocó la fotografía con su dedo índice diciéndole: te amo.
Fuerte Rivera vacío, sólo un par de oficiales en guardia, poco a poco la gente abarrotaba su casa, oficiales, compañeros científicos, astronautas, llegaban y daban el pésame a sus suegros y a sus pequeños hijos, no quería llegar.
En su mente todo transcurría en cámara lenta, cada paso que daba desde la oficina en la estación, hasta el momento en el que llegó a casa. Cada paso era una mirada ajena en búsqueda de alguna clase de perdón, emanando lástima. Isabel y Leonardo, sus hijos, completamente mudos. Entró y los sujetó inmediatamente de la mano, caminaron hasta el féretro, café, enteramente de una madera fina. Estaba colmado de flores, ninguna de ellas era blanca, todas eras rosas, claveles de colores claros, girasoles, margaritas. Isabel y Leonardo no querían avanzar más, los soltó. Siguió caminando pero con mayor temor, no quería verla pero necesitaba asegurarse que estaba allí, que no era un sueño, que la había perdido para siempre.
No volvería a escucharla reír, no le vería los ojos al despertar, no le tomaría la mano de nuevo. Antes de llegar soltó las lágrimas, le costó tanto trabajo respirar. No podía estar pasando, eso no podía estarle pasando. Él tendría que haberse ido primero, ella tendría que llorarle. Se detuvo y sus padres fueron a alcanzarlo, lo abrazaron y tiró el llanto, el dolor, no podía más pero tampoco tenía que verle. Se alejaron del féretro.
Durmió y al poco tiempo todos se fueron. La casa estaba vacía, tampoco estaba ella, se había perdido de todo, incluso del entierro. En su mente podía verlo todo, ¿para qué obligarse a ello? Ya sabía que no estaba y que no volvería, que no abriría la puerta de nuevo ni la ayudaría a encontrar sus llaves. Tampoco bañarían a los perros o irían a nadar.
Fue un choque, le había tocado quedarse de guardia en la estación y ella se había llevado el coche. A media hora de haberse ido su número le marcaba al celular, de inmediato se puso de pie y comenzó a buscar su monedero o las llaves, cosas que siempre solían olvidársele. Contestó, era un oficial de policía que le decía del accidente, Estela le había dicho a qué número marcar. La llevarían en ambulancia al Hospital más cercano. Salió corriendo.
Cuando llegó se dio cuenta de que no había sido la única, un par de personas se encontraban en la sala de emergencia envueltas en dolor y lágrimas. Se acercó a la recepción y preguntó por su esposa, la mirada de la enfermera le comunicaba todo, exigió respuestas, lo canalizaron a una sala con un doctor que adentro le explicaba del terrible accidente. Estela no había sobrevivido, había perdido el control de su vehículo y se había estrellado con una camioneta, otras dos personas habían fallecido.
Sólo quería dormir.
Sergio Pent avanzó a toda prisa a través de las calles que lo llevarían hasta la residencia de David Montz, lleva pantalones de vestir y camisa azul claro. Es un hombre alto, de tez muy blanca, cabello negro, corte militar a los costados y medianamente largo en la cabeza. Estudiante universitario, físico en entrenamiento de la Organización Internacional Espacial. Lleva dos semanas bajo la misma rutina, es los ojos y los oídos de la organización dentro de la casa del científico quien permanece en estado ausente.
Pent abre la puerta del garaje de la casa, saluda a los perros de la familia y avanza hasta la puerta principal. Abre, deja las llaves sobre la mesa de madera que se encuentra a su derecha, mira la correspondencia apilada y se dirige al estudio de Monzt, el mismo de hace dos semanas, sin moverse.
Recoge la casa, apila documentos que acerca al científico para que firme, pero éste no hace nada, permanece inmerso en la fotografía de Estela, la quiere de vuelta, llora. Pent sale de la habitación y se hace espacio en la cocina, comienza a preparar una sopa, ensalada, abre el refrigerador y la alacena como si hubiese servido cenas en esa casa desde hace años. Al voltear a la mesa de madera de reojo cree ver a Estela, sonríe, prepara la mesa.
Coloca un mantel, pone flores en un florero como centro de mesa, coloca dos platos, cubiertos y cuatro copas de cristal, dos para el vino, dos para el agua. Comienza a preparar la cena, chuletas de cordero en salsa de queso parmesano y arándano. Muele en una licuadora, queso parmesano, crema, cebolla, ajo, sal. Coloca la salsa en un sartén al cual añade el jugo de arándano, al mismo tiempo polvorea las chuletas de cordero con un poco de harina, las pone en el horno. Coloca la salsa del sartén en una salsera de porcelana que encuentra en los estantes de la cocina, saca las chuletas de cordero del horno. Adorna en plato con gajos de naranja y finas hierbas, sirve las chuletas y les vierte la salsa.
-La cena está lista, Profesor. Dice fuertemente hacia el estudio de donde sale Montz, camina hacia la cocina y mira la mesa. Sonríe.
-Luce delicioso, comenta.
-Siéntese, siéntese, responde Pent.
De la oscuridad sale un reflejo, a lo lejos, blanco con contornos azules, se va acercando lentamente mientras Montz flota hacia él. El reflejo está frente a su rostro, la luz lo deja ciego y debe alejarse, al abrir sus ojos mira de frente a Estela, cuando alza la mano para alcanzarla y poder tocarla, se disuelve como polvo, se esparce en toda la oscuridad.
-Tengo un sueño, habla Montz. Mi esposa esparciéndose en la oscuridad. Flotando.
Sergio Pent lo mira fijamente mientras parte la carne de su cordero y toma un sorbo de vino, espera a que continúe.
-Se siente… muy real, termina de decir mirando a un punto fijo, el árbol en el pequeño patio que se encuentra en la parte trasera de su casa, una puerta de cristal la separa de la cocina.
-Creo que es totalmente comprensible, dadas las circunstancias, ¿qué más ve en el sueño?, continúa Pent.
-Veo…, cierra los ojos y toma un respiro. Un gran océano, me veo flotando, nadando, la veo flotando.
Terminan la cena y se sientan en la sala, frente a frente sobre dos sillones individuales de piel rojiza. Continúan bebiendo.
-¿Qué siente en el sueño?, insiste Pent.
-Siento culpa, le responde Montz mirándole a los ojos. Dolor, angustia, se siente como si no pudiese controlar mi cuerpo, una especie de fuerza es capaz de moverme pero no lo suficiente y yo tengo que luchar para liberarme de ella y poder alcanzarla. Se miran por un par de segundos.
-He escuchado que los sueños son el reflejo del inconsciente, tal vez esa fuerza que experimenta en el sueño es la culpa, debe liberarse de ella Profesor, usted no tenía el control de nada. Ahora que si me pregunta, no creo que se trate del océano. Montz permanece inmóvil.
-¿A qué te refieres?, pregunta
-Creo que el océano no es el océano, habla con voz puntual y suave. Es el espacio, le dice en un susurro fuerte.
Flota en un lienzo oscuro, resplandeciente y llena de luz, distintos colores rodean su contorno, pequeños lienzos de luz en amarillo, rosa, azul, verde, morado, pero no sonríe. Lo miró con los ojos bien abiertos, concentrados, fijos a él, su boca está cerrada, neutra, no parecía ser ella, sus labios no decían nada pero su mirada encerraba miles de palabras, todas al mismo tiempo, sobre puesta una con la otra. Se concentra en ella, en ese instante se sabe presente de ese momento, está ahí y ahí está ella, tratando de decirle algo, tiene que ser sutil. Piensa en Pent, en el tono de su voz, neutral, grave, puntual, marcado, piensa en sus ojos enfocado a su mirada, sin miedo a lo que puedan decirle miles de palabras, entonces la escucha hablar, todo al mismo tiempo, todas las palabras sonando al mismo tiempo, ruido, ruido ensordecedor.
Se habían llevado a sus hijos, no los había visto desde hace dos semanas, tampoco le había abierto la puerta a nadie, Pent llegaba, tocaba, gritaba, esperaba un rato frente a la casa y después se iba. No contestaba el teléfono, daba lo mismo si estaba muerto. El mismo sueño lo acosaba una y otra vez, no había comido nada desde hace un par de días.
Pent volvió, como cada tarde hizo lo mismo, tocó la puerta, gritó el nombre del Profesor, esperó un rato frente a la casa, observaba fijamente a un árbol a un par de metros de la entrada a la casa, las ramas se extendían lo suficiente hasta el techo del garaje que tenía una parte al descubierto. Cruzó la calle, aventó su mochila sobre el techo de garaje y se trepó al árbol, lo escaló, llegó a la rama y pegó un brinco hasta el techo del garaje, se acercó al espacio descubierto, acercó su mochila a la orilla del borde y luego pegó un pequeño brinco, jaló la mochila, y buscó entrar por la puerta de la cocina.
Montz miraba al árbol del patio sentado desde la mesa de la cocina, miró a Pent, cerró los ojos, dio un suspiro, se puso de pie y le abrió la puerta, deslizándola.
-Podrían robar su casa fácilmente Profesor, menos mal que no soy un ladrón, sólo un amigo preocupado. Le dijo pausadamente mientras recorría la cocina mirando los platos sin lavar, la basura apilada. Montz no se había duchado desde hace varios días.
-Te dije que no quería que alimentaras más a mis perros, dijo sentándose en la silla de la mesa de la cocina, mirando al mismo punto vacío.
-Estaba preocupado, dijo Pent sentándose a un lado de él, lo miró fijamente, sonrió fríamente, hizo una mueca y sacó unos papeles de su mochila. Me ha causado una enorme curiosidad su sueño, continuó, Montz volteó la mirada, extrañado, dejó que hablara.
-Recordé una de sus investigaciones en el espacio, un trabajo acerca de las enormes ventajas de la clonación espacial, verdaderamente innovador, si debo enfatizarlo, ¿no cree que debería volver a ello? Tal vez de eso se trate el sueño. Sonrió buscando empatía, Montz le devolvió la sonrisa. Pent se puso de pie y comenzó a ordenar todo, pronto prepararía la cena, seguro el Profesor no había comido en días.
Dos de la mañana, tres sujetos avanzan rápidamente a través de la noche, pisadas fuertes y al unísono tratando de que nadie pueda detectarles. Llegan a la caseta de vigilancia donde el oficial duerme al sonido del televisor, se separan, dos de ellos regresan por el auto, el restante saca un lazo de su mochila y ahorca al oficial hasta que pierde el conocimiento. Abre la reja y pasa el auto quien lo espera hasta que aborde.
Llegan al punto indicado y apagan el auto junto con las luces, el tercer sujeto, quien se había encargado del oficial, se para junto al auto para vigilar que nadie venga, los otros dos sujetos abren la cajuela del auto y sacan unos picos y palas, junto con una maleta. Uno de ellos se lleva un pico y una pala, comienza a cavar, el otro saca de la maleta una enorme lona de plástico que dobla y acomoda en la cajuela del auto, cierra la puerta y sigue a su compañero quien ya tiene un montículo de tierra. Comienza a cavar.
David Montz se sirve una copa de vino y se sienta en un sillón de la sala, pone un poco de música instrumental, da un trago a la copa de vino. Reflexiona por un par de segundos y luego se pone de pie. Se acerca a la mesa de la cocina y mira los expedientes que Pent le dejó hace un par de días, pasa hoja por hoja, con su dedo índice toca el contorno que se dibuja entre la tinta y la hoja, ilustraciones que le ayudó a crear Estela. Toma los archivos y los coloca debajo de su brazo, va hasta su estudio y los guarda en su maletín, toma asiento en la silla y marca un número de teléfono.
La lluvia comienza a caer, tienen que apresurarse, bajo el sonido de la lluvia se escucha una melodía, el sujeto junto al auto trata de descifrar de dónde proviene el sonido, voltea al auto y mira una luz resplandeciente desde el asiento del copiloto.
-¡Pent, tu celular!, le grita. Pent se acerca a toda prisa al auto, abre la puerta y mira el número, toma asiento y cierra la puerta.
-Profesor, ¿cómo está? ¿está bien?, le pregunta tratando de parecer preocupado, el otro sujeto sigue cavando, Pent hace una seña a su compañero junto al auto para que ayude al otro a cavar mientras Pent vigila.
-Estoy bien, Sergio, le respondió Montz, estaba aquí en casa y creo que tiene razón, ¿podrías apartar uno de los laboratorios el próximo lunes? Pent sonrió satisfactoriamente.
-Claro que sí Profesor, lo hare, responde.
-Una cosa más…, miró la fotografía que tenía sobre su escritorio, de su esposa con sus hijos, ¿podrías…, bajó la voz como si alguien más pudiese escucharlo,… checar si en el laboratorio de mi esposa encuentras una muestra de cabello? Pent sonrió.
-Por supuesto, respondió. Volteó a su derecha y sus dos compañeros habían logrado prácticamente terminar con el trabajo, sólo les faltaba abrir el féretro por completo.
-Nadie tiene que enterarse de esto, Sergio. Terminó de decir el Profesor.
-Por supuesto, volvió a decir Pent, colgó y salió del auto.
Con las mismas palas abrieron el féretro, apestaba, sacaron el cuerpo con mucha delicadeza y entre los tres lo colocaron en la cajuela, cerraron las puertas, regresaron a la tumba. Colocaron un par de rocas dentro del féretro, lo clavaron y atornillaron. Lo bajaron hasta la tumba, lo enterraron de nuevo.
Cinco días transcurridos desde el reingreso del Profesor y astronauta David Montz a Fuerte Rivera, en definitiva no era el mismo. La sonrisa y calidez que solían caracterizarle eran suplantadas por su aura introvertida y su intolerancia, actuaba de manera extraña, encerrado en ese laboratorio desde días, llamó la atención del Director Bernardo Viera.
Viera entrevistó a todos los físicos y astronautas que tenían una relación directa con Montz, para sorpresa ninguno de ellos parecía saber de él, quien ahora compartía todo su tiempo era Pent, un físico recién graduado quien ahora quería formar parte del equipo de astronautas. Le habían hecho todas las pruebas requeridas, aprobadas, todas menos las pruebas psicológicas que se rehusaba a realizar debido a la agenda saturada por el regreso del Profesor Montz.
Viera miró su fotografía, sabía quién era, lo había visto en la fiesta navideña con Estela. Salió de su oficina y se dirigió al área de laboratorios donde ahora experimentaba el Profesor.
Montz sentado sobre un banco de laboratorio mirando fijamente al pequeño frasco que albergaba el cabello largo y castaño de Estela, a su lado miles de hojas con dibujos, números, hipótesis, experimentos. Se puso de pie y fue hasta su maletín, metió su mano y sacó una pequeña bolsa de terciopelo negro, dentro de ella un frasco con un líquido transparente azulado y brillante: Poder de Sa.
Antes de decidirse por la física y la astronomía David Montz había sido maestro de Antropología, ahí había conocido a Estela, estudiante diez años menor que él. Ella había pedido a Montz fuese su mentor a la hora de escribir la tesis, le pidió la acompañara a Egipto donde podrían investigar más sobre el fluido mágico que protagonizaba su tema. Después de meses de excavaciones lo habían encontrado, Montz convenció a Estela de conservarlo. Al siguiente año se enamoraron, decidieron cambiar sus especialidades e involucrarse al cien por cierto en la física y astronomía, que hasta ese momento los había unido como un pasatiempo.
Escuchó el sonido de la puerta, su reflejo nervioso lo llevó a guardar la bolsa de terciopelo en la bolsa de su bata, caminó de nuevo hacia la mesa metálica donde se encontró con Viera.
-Profesor, le dijo Viera, le dio un fuerte apretón de manos. Siento mucho su pérdida, terminó de decir.
-Gracias, contestó el Profesor, asintiendo empáticamente. Viera dio la vuelta por el laboratorio, no entendía nada de lo que sucedía, los apuntes en los pizarrones blancos eran atropellados e ilegibles, millones de cadenas de ADN, números por todos sitios, un diagrama de la Estación Espacial 477.
-¿Qué es todo esto?, preguntó extrañado mirando a Montz.
-Trabajo en un nuevo experimento señor, algo totalmente innovador que podría cambiar el curso entero de la humanidad, exclamó Montz con una luz de locura y certeza. Clonación espacial, dijo satisfactoriamente.
-¡¿Qué?! Preguntó Viera, esto es… totalmente incorrecto. Montz, la Organización Internacional Espacial no le paga por jugar a ser Dios, ni por clonaciones espaciales, añadió. Camina enfurecido alrededor del laboratorio, abre uno a uno los archiveros de manera molesta. Hay gavetas, ¡gavetas! De experimentos por probar en el espacio, a eso se dedica usted y su esposa… Se calló, percatándose de su error. Montz bajó la mirada, Viera tomó un respiro.
-Esto es imposible de realizar Montz, añadió Viera calmadamente. Cancela esta operación, terminó de decir. Caminó hasta la puerta sin decir alguna otra palabra, Montz dejó la mirada fija hacia la nada. Había terminado.
Dos horas después Sergio Pent entró en el laboratorio, Montz recogía papeles y los metía en cajas. Los pizarrones habían sido borrados y casi todos los documentos habían sido puestos en cajas.
-¿Qué sucedió?, preguntó Pent
-Cancelaron la operación, respondió Montz. Podemos volver a la rutina diaria, pruebas, nada innovador, y para ello no necesitamos un laboratorio especial.
-Hice los cálculos, es totalmente viable, sólo necesitamos ir allá arriba, entrar al laboratorio de la estación espacial e intentarlo. Montz no le pudo devolver la mirada. Estamos muy cerca Profesor, podría tener a su familia de regreso, enfatizó Pent.
-Olvídalo todo Pent, no podemos subir, nos cancelaron, no tenemos los permisos. Montz cargó una caja y caminó hacia la puerta.
-No necesitamos los permisos, le dijo Pent a los ojos cuando estuvo frente a él. Necesita creer en sí mismo, Profesor, yo creo en usted, y si me lo permite, puedo ayudarlo. El riesgo lo vale, hizo una pausa, ¿no le gustaría verla de regreso?, terminó de decir.
Montz soltó el llanto y soltó la caja en la mesa de laboratorio, la extrañaba tanto, no podía pasar otro día sin escuchar su risa, no podía vivir así.
-La quiero de regreso, dijo entre lágrimas. Pent se acercó y lo abrazó fuertemente. Yo también, le respondió.
Cuatro de la mañana, dos camionetas esperan afuera de Fuerte Rivera, en ellas Alberto Campos y Francisco Berna quienes esperan indicaciones de Pent. Dentro de la zona de despegue David Montz junta estantes que llevan todo lo necesario, herramientas, oxígeno y combustible. Carga su computadora, varias cajas con expedientes, provisiones. Pent entra a la unidad, Montz se acerca a él.
-No estoy tan seguro de esto, le dice en susurro Montz
-Está bien, le responde Pent. Creen que es una prueba, señala a los oficiales que pueden verse caminando por la estación, pero cuando estemos arriba de la nave, Pent abrió su chaqueta y le muestra un arma, la TP 82, una pistola espacial rusa. Pent se aleja y habla por teléfono, Campos y Berna pueden traer las camionetas. Se estacionan en el hangar más cercano, otros dos sujetos salen de las camionetas y comienzan a cargar enormes estantes metálicos, entre ellos lo que parece ser un enorme congelador.
-¿Qué es eso?, le pregunta Montz, Pent trata de ignorarlo y le indica a los chicos que avancen con rápidez, Montz lo alcanza y lo confronta, se pone frente a él.
-¿Qué es eso?, le vuelve a preguntar. Pent lo mira fijamente a los ojos, Montz sólo puede ver locura. ¿Quieres un cabello pero no un cuerpo completo?, es un desperdicio, le responde Pent. Debes honrarla, de lo contrario es asesinato, terminó de decir.
Montz dio unos pasos hacia atrás, no despegó la mirada del congelador, sintió un enorme hueco en su estómago, un enorme peso en su pecho le impedía respirar, era estar frente al féretro de nuevo. Pent se acercó a él y los sujetó de los hombros, lo miró a los ojos y le dijo, lo siento, sin mostrar ninguna clase de arrepentimiento, Montz le quitó los brazos con sus manos y quiso alejarse pero Pent lo acercó hacia su cuerpo, lo apuñaló, una, dos veces, en segundos, en silencio. Lo abrazo fuerte y le dijo al oído, lo siento mucho.
Lo vendaron, le pusieron el traje espacial y lo ayudaron a abordar a la nave, Pent lo sujetó al asiento y le dio un beso en la mejilla, quieto, quieto, le dijo al oído. Despegaron, cuando salieron de la atmósfera hirió a uno de los pilotos y obligó al otro a conducir la nave hasta la Estación Espacial 477. La nave entró a los módulos de abordaje y descendió la tripulación. Los cuatro sujetos llevaban pistolas espaciales, secuestraron la estación, Pent ayudó a Montz a descender de la nave, en agonía. Lo jalaba de las costillas para que pudiese caminar, lo hacía con dulzura, le explicaba detalladamente lo que haría con sus expedientes, lo que haría con el resto del personal dentro de la Estación Espacial, no escuchaba nada, sólo su voz a lo lejos en eco mientras poco a poco todo se nublaba, se detuvieron.
-Aquí está, le dijo Pent mientras veían a la tierra a través de los cristales transparentes de la Estación Espacial, ¿creíste que te dejaría ir sin poder admirar esta vista?, podrás vivir tu sueño Montz, te voy a liberar, le terminó de decir Pent, quien lo volvía a jalar y obligaba a caminar. Lo colocó junto a una cápsula de salida de basura, le dio un beso en los labios y liberó el cuerpo, lo admiró flotando alrededor de la estación mientras Montz se desangraba por dentro, flotando en el espacio, perdiéndose en un enorme lienzo oscuro.
III
Renacimiento
En la Estación espacial sólo se escuchan los pasos de Pent caminando a través de los pasillos, la mayoría duerme, se detiene en la puerta metálica de una habitación, es el laboratorio de pruebas, quiere entrar pero se detiene a observar su reflejo, está totalmente cubierto de negro, guantes, traje que le cubría del cuello hasta los tobillos lo único perceptible son sus ojos, azul profundo como el océano, el contorno de su piel azulado y agrietado, como un cocodrilo, sus bordes resplandecen cada vez que siente emoción, que la adrenalina bombea su sangre. Vivir tanta vida haciendo y esperando lo mismo, sin ningún resultado o satisfacción. Se aleja de la habitación.
En una de sus primeras caminatas, Pent dio con la bodega del laboratorio, moría de aburrimiento y no podía descansar, encontró la maleta del Montz, sacó cada una de sus cosas, ropa, libros, una fotografía de sus hijos, una de Estela. Quitó el marco y removió la fotografía, entre la ropa encontró la bata blanca de David, se la midió, le quedaba muy corta, metió las manos en los bolsillos, sacó la bolsa de terciopelo negro y vio el frasco, lo guardó en su bolsa. Caminó a toda prisa al laboratorio, del otro lado de la estación, entró y buscó los apuntes de Montz. En su diario había descrito la sustancia pero no había probado nada de ella, en el escrito hablaba más de su relación personal con el frasco que lo que podía haber experimentado con ella, no había querido tocarla, quería enterrarlo en la tumba de Estela.
Preparó una cena para todos, doce hombres de su grupo rebelde, un par de prisioneros y Greta, de las primeras prisioneras. Vertió el contenido del frasco en la sopa. Poder del Sa, fluido mágico que corría a través de las venas de los grandes dioses egipcios, no había ningún registro de hallazgo. La vida eterna de los dioses en el poder de un frasco, convirtió a todos en monstruos de longevidad.
Los cambios fueron graduales, la piel transformaba su color a uno azulado, agrietado y resplandeciente. Cubierto de microscópicas espinas, algunos podían vivir con el cambio, Pent no, cubrió su cuerpo de inmediato y se rehusaba a salir de su laboratorio privado, lleno de cámaras donde monitoreaba todo lo que ocurría dentro de la estación. Su principal atención se centraba en el área de experimentos, donde cinco sujetos “T” nacían cada determinado tiempo, cada uno de ellos tenía el ADN mitocondrial de Estela. No había suficiente espacio para tener demasiados, tal vez cinco, seis sujetos a experimentar nacían cada cinco años, no lograban superar la etapa de gestación.
Ahora sólo quedaba uno de los últimos sujetos a experimentar, su periodo de gestación había sido el más prolongado. Una piscina de cuatro metros cuadrados, actuaba como útero desde hace diez años, este experimento consume toda la energía de las plantas dentro de la estación.
Al llegar a su habitación y laboratorio, se apagan las luces de la estación, torretas rojas se encienden como luces de emergencia, Pent camina de regreso. En el camino se encuentra con Berna, quien también ignora qué es lo que sucede, al dar la vuelta por uno de los pasillos las lucen vuelven a encenderse, dan un paso para continuar con su camino cuando Pent siente una presencia a su espalda, sus grietas resplandecen, da la vuelta y la mira por primera vez, a diez metros de distancia.
Desnuda, blanca y delgada. Su cabello totalmente mojado, castaño y largo, hasta el suelo, su rostro, de porcelana, blanco, con los labios coloreados, las pestañas claras y largas, de muñeca, los ojos grises. Pestañea una y otra vez, se voltea y sigue caminando.
-Llama a Williams y a Greta, esboza Pent, Berna sale corriendo.
Una habitación larga y transparente es escenario del examen médico del sujeto T38, último sujeto en gestación dentro del laboratorio de pruebas, con la finalidad de obtener un clon exacto de Estela. Durante muchos años habían ocupado partes de su cuerpo, que permanecía en estado de congelación dentro del laboratorio. Su ADN, después su espina dorsal, luego injertos de músculo hasta llegar a su cerebro. T38 tenía partes del cerebro de Estela.
Williams, doctor residente en la Estación Espacial, tiempo antes de que Pent la secuestrara, también había sido víctima de su absurdo experimento, el fluido mágico que lo había convertido en una especie de monstruo de arena azulada, que le dio la aparente vida eterna. Había realizado los estudios pertinentes, salió de la habitación donde dejó a T38 con Greta, quien hacía todo lo posible por tranquilizarla, cepillada su cabello y tarareaba canciones. T38, una niña pre adolescente, se encontraba saludable, desafortunadamente su presión arterial no resistiría lo suficiente como para poder ser dormida y enviada de regreso al útero artificial, habría que tomar una desición.
Del otro lado de la habitación, observando desde una cabina especial, Sergio Pent analiza cada movimiento de T38, obsesionado. Williams entra en la cabina.
-¿Por qué no habla?, preguntó Pent. Williams volteó a mirar a Greta y a T38.
-Puede ser efecto secundario del experimento, necesito realizarle estudios más específicos en caso de que sea neurológico, desafortunadamente no tenemos el equipo. William tomó asiento justo frente a Pent, quien volteó a mirarle de inmediato.
-Su presión arterial no resistiría volver al estado de gestación, en cuanto a los estudios se encuentra completamente desarrollada…
-¿Qué edad tiene?, interrumpe Pent y voltea a mirarla.
-Once años, responde Williams. Permanecieron en silencio por un par de segundos.
-Necesitamos tomar una decisión, Pent
-Estamos muriendo y ella naciendo, responde Pent, siempre al momento incorrecto, termina de decir.
Veintitrés de diciembre, ocho de la noche, dentro de Fuerte Rivera se celebra la fiesta navideña, la cafetería está rodeada de adornos, las mesas tienen manteles decorativos, al fondo al salón, pegado al lado izquierdo se encuentra el árbol navideño, comienzan a repartirse los regalos. Sergio Pent se acerca al árbol y toma un obsequio, busca alrededor con la mirada, sale de la cafetería rumbo al laboratorio.
Da la vuelta al pasillo, Estela Montz en el laboratorio guarda las llaves que están sobre el escritorio en su bolsa, abre la gaveta, saca su teléfono celular, cierra la gaveta. Apaga la luz del laboratorio que aún permanece visible gracias a la iluminación del pasillo, camina hasta la puerta, Pent la abre.
-Estoy aquí, dice Estela, da un paso hacia atrás, Pent cierra la puerta y se queda en silencio. Está oscuro pero pueden mirarse, están cerca, el corazón de Pent late apresurado, nervioso.
-Prenderé la luz, murmuró Pen, caminó hasta el apagador y encendió la luz.
-Tengo un regalo, le dijo a Estela, ella sonrió. Yo también tengo uno, respondió, iba a colocarlo bajo el árbol, antes de irme. Intercambiaron obsequios, el de ella era una pulsera tejida a mano de color esmeralda, con pequeños cristales brillantes, era hermoso.
-Sergio, está muy bonita. Lo abrazó, su cabeza quedaba a la altura de su barbilla, creó sentir que olía su cabello, cerró los ojos por un instante. Gracias, continuó, se separaron. Gracias a ti también, le respondió él.
-Felices fiestas, le dijo Estela saliendo de la habitación, Pent la miró alejarse a través de las ventanas del laboratorio. Apagó la luz.
Un gritó ensordecedor sorprendió a todos, Greta salió corriendo, se encontró en el pasillo con Berna, el grito era de la niña. Llegaron al laboratorio de pruebas, escucharon el grito más fuerte, caminaron hasta la parte de los congeladores, lo encontraron abierto, en el piso ella, empapada, convulsionándose y gritando. Greta trató de sujetarla, le pidió a Berna fuese por Williams, trataba de contenerla, tenía la mirada totalmente perdida, con los puños cerrados, moviendo sus extremidades de un lado a otro. Williams entró en la habitación y le aplicó un sedante, se relajó por completo, de su puño derecha salía un pedazo de hilo, Greta le abrió la mano y miró la pulsera, sonrió, la amarró en su muñeca. Cargaron su cuerpo y salieron del congelador.
Había estado caminando a través de la estación, dando vueltas con su rostro inocente y curioso, caminaba a un lado a otro hasta que se percató le había dado tres vueltas a la estación, decidió entrar a las habitaciones, abría una puerta, y otra y otra, si algo llamaba su atención entraba, sino cerraba la puerta. Encontró el laboratorio, entró, miró las piscinas, pasaba su dedo índice en los cristales, miró de un lado a otro, no había nadie, encontró una puerta metálica, entró.
Hacía mucho frío ahí dentro, vapor salía través de su boca, había neblina, todo parecía vacío excepto al fondo donde podía ver un gran bloque de hielo colgado de metal enorme en el techo, caminó hasta él, lo miró, lo tocó con su dedo. Algo brillante llamó su atención, estaba dentro del pedazo de hielo pero no podía verlo bien, volteó la mirada, salió del congelador, fue al laboratorio buscando algo con lo que pudiese golpear el pedazo de hielo, abrió una de las gavetas y se encontró con una lámpara, la agarró.
Volvió al congelador, golpeó el pedazo de hielo varias veces, se cansó, salió del laboratorio, se sentó en uno de los bancos pensativa, volvió al congelador a seguir golpeando el bloque de hielo. Después de diez minutos había cuarteado casi toda la superficie, dio un último golpe que tiró un gran pedazo junto con agua, se mojó los pies pero pudo jalar el hilo brillante, el agua dentro del bloque siguió saliendo, pudo jalar el hilo por completo, era una hermosa pulsera. Alzó la mirada, el agua dentro del bloque de hielo mantenía distorsionado al objeto en su interior, era un brazo, se alejó del bloque de hielo, miró el cuerpo con horror, era ella. Un impacto doloroso directo al rostro junto con un resplandor de luz, gritos, gritos.
En la sala médica T38 se encuentra consciente y recostada sobre una mesa metálica, tiene miedo, se le nota en la mirada. Williams está con ella, al igual que Greta quien la sujeta de la mano, le acaricia delicadamente el cabello. Pent mira todo desde el otro lado de la habitación sentado sobre una silla, Williams le pide a T38 se de vuelta sobre su lado izquierdo, un reflejo brillante llama la atención de Pent, se pone de pie y se acerca al cristal de inmediato, no podía ser posible, pensó. Entró a la habitación enfurecido, empujó a Greta y jaló la mano derecha de la niña quien lo miraba totalmente aterrorizada.
-¿De dónde sacaste esto? Le preguntó furioso enseñándole la pulsera, ¡¿de dónde sacaste esto?! Le volvió a preguntar, la bajó de la mesa de un jalón y la aventó hasta la pared cristalina de la habitación, Greta se puso de pie en segundos y protegió a la niña, Williams jaló a Pent quien fue controlado de inmediato por otros dos sujetos, no le quitó la mirada de encima, ni ella a él. Empujó a los hombres y salió de la habitación, Greta consoló de inmediato a la niña.
Controlaba sus respiraciones, eran lo que ayudaban a mantenerlo en paz, su cuarto permanecía siempre a oscuras, iluminando únicamente por el resplandor de la tierra. Acostado boca arriba, con el torso y el rostro desnudos, concentrándose en su respiración.
T38 se concentraba en mantener cerrados sus ojos, a su lado Greta dormía, volteó el cuerpo y miró hacia los cristales del exterior, no tenía sueño. Salió a caminar de nuevo por los pasillos hasta que atraída de inmediato a una habitación, subió unas escaleras y atravesó un largo pasillo que lo llevaría a la habitación. Lo miró desde el marco de la puerta, él sintió su presencia.
Se acercó, tenía mucho miedo pero se acercó, su pecho azulado como la tierra, subía y bajaba, a momentos resplandecía de sus grietas, al ritmo de su corazón. No le había visto el rostro antes, se acercó más, quería mirarlo. Quijada marcada, labios gruesos, secos y grises, su nariz recta, cuarteada como el resto de su rostro. Alzó la mano, poco a poco hasta acercarlo al rostro, lo rozó con sus delicadas manos, Pent dio un gran respiro, era ella. Abrió los ojos de inmediato y sentó sobre la cama, miró a su derecha, la niña lo miraba desde el marco de la puerta, salió corriendo de inmediato.
Se coloca toda su vestimenta, cubre su rostro y se coloca los guantes, mira su reflejo en el espejo. Camina despacio por los pasillos, llega a la habitación de la niña quien se encuentra debajo de las sábanas, no hay rastro de Greta. Le quita la sábana del rostro, lo mira temerosa, Pent le tapa la boca, la levanta para cargarla.
-Déjala, le dice Greta a su espalda, la niña se libera de Pent y se esconde debajo de la cama, Greta acerca el filoso pico de un cuchillo en la espalda de Pent.
-¿Qué crees que estás haciendo?, le pregunta Pent con calma sin voltear el cuerpo
-Es sólo una niña, le responde Greta entre lágrimas. Pent da un paso para jalar a la niña y Greta lo apuñala, dos veces, se retrae de inmediato hacia atrás, suelta el cuchillo al piso. Pent voltea, le ha herido fuerte pero no ha sido suficiente, sólo siente calor por todo su cuerpo, está verdaderamente molesto.
-Es una verdadera pena, le dice calmadamente mientras se dirige hacia ella, se agacha y toma el cuchillo, la jala del brazo, Greta llora de manera desenfrenada, se voltean, la pone frente a su pecho, los dos mirando hacia la cama. Tiene su brazo izquierdo alrededor de su cuello, ahorcándola, en su mano derecha el cuchillo, Greta no quiere que T la mire, no, no pueden despedirse así, cierra los ojos, en un movimiento de izquierda a derecha Pent corta el cuello de Greta, cortando también la vena yugular. Greta cae al suelo.
La carga como puede, le duele mucho la espalda, la baja y la jala del brazo, caminan a prisa a través de los pasillos hasta el área de maquinaria. T comienza a gritar, todos los tripulantes miran a Pent jalar a la niña, Williams trata de intervenir cuando pasan frente al laboratorio pero Berna lo detiene.
Agotado Pent entra al área de maquinarias, se encuentra con un barandal de frente y luego baja las escaleras, el cristal del área de maquinarias deja ver muy de cerca a la luna, sigue jalando a la niña, se le escapa, corre a esconderse detrás de una cápsula. El resto de la tripulación llega al área de maquinarias, ven todo desde las escaleras de arriba y el barandal, Williams trata de pasar a través de la gente pero no se lo permiten.
Pent cae al piso, cansado, cree escuchar a lo lejos una melodía, se ríe a carcajadas, está boca abajo, sobre el piso, al voltear la mirada ve los pies de la niña, cierra los ojos, se pone de pie y se acerca hasta ella con una sonrisa, la jala y la tira al piso, todos miran desde arriba. Pent se pone sobre ella, la sangre le escurre hasta ensuciarle el camisón que usa, blanco, está llena de sangre azulada y temor. A Pent le cuesta trabajo respirar, toma un suspiro y cierra los ojos. La niña trata de escapar y corre pero Pent la alcanza a tomar de los pies y la tira fuertemente al piso. Acerca el filo del cuchillo hasta su rostro de porcelana, la mira a los ojos, ella le mira a los ojos, su hermosa mirada, el reflejo de su rostro en el gris de su pupila. “Déjame ir”, le dice. Llora.
Trata de ponerse de pie, la carga, camina lentamente hasta las cápsulas espaciales, abre la compuerta, agrega el destino, mete a la niña adentro, expulsa la cápsula, escucha el sonido de su voz, cae al piso derrotado. Su última imagen, la cápsula alejándose en el lienzo oscuro del espacio.