Las conversaciones que no tuvimos

—Todo el tiempo estás pensando lo peor, con razón vives de ansiedad, tan acostumbrada a respirar de esa energía renovable.

Que si cuando salga a caminar se enamora de otres, que se encuentre a alguien mucho mejor que tú.  No es difícil hacerla reír, tú lo haces todo el tiempo, seguro llega alguien que lo haga mejor que tú, porque siempre hay alguien mejor que tú ¿no es cierto? Mejor que tú… ¿En qué sentido?

—Alguien más guapa. Más delgada. Más inteligente.

—No eres la mujer que quieres ser. No estás ni un poco cerca de serlo.

—Si bajo la palanca de emergencia porque estoy teniendo un ataque de pánico ¿qué dirán las otras personas de mí? ¿Se enojarán conmigo?

—Seguramente sí, tienen que llegar a su trabajo. Te van a gritar, te van a empujar hasta que te salgas. Mejor bájate en la próxima estación.

Respira.

Inhala, exhala.

—Ya no quiero estar aquí.

—Por favor no te pongas a llorar. No aquí.

—Pero nadie me conoce, no me van a volver a ver.

—Cierto, pues sácalo. Déjalo fluir.

—Sino me subo al metro no llego, me van a regañar por estar llegando tarde y muy probablemente me despidan.

—Hace tres años, cuando mi tía quiso hablar contigo seguramente quería hablarte de que fumas. De que estaba preocupada. Si supiera que solo así puedes aprender a vivir. Que antes con las medicinas te volviste como un zombie, que no sentías nada, ni siquiera ganas de reír. El estómago hecho mierda. Náuseas y vómito.

—Seguramente estará decepcionada de mí, también mi otra tía, mi abuela, toda la familia. Mis padres. Pude haber sido una mejor hija, una mejor hermana, una mejor tía. Y aunque todos ellos me dijeran que lo soy, no les creería. Ni una sola palabra.

Cuando la gente conversa conmigo siento que lo hacen por obligación, que realmente no quieren estar ahí. Que preferirían platicar con alguien más interesante.

—¿Qué vas a saber tú de la vida?

Estás aquí y tienes que acostumbrarte a esta realidad.

—Quiero que me desconectes. Yo no puedo hacer eso. Ya no quiero estar aquí. Te lloro y te lloro y te lloro, te suplico noches y días, que no quiero estar aquí y no me dejas irme.

—Porque sabes que los destruirías. No creo que tus padres superen tu partida. Todo el mundo pensaría que pudieron haber hecho algo para ayudarte cuando la realidad no es esa. No habrá nada que pudieran hacer o decir para hacerte cambiar de parecer. Que todo esto no puedes hablarlo con nadie. Excepto conmigo.

—¿Por qué insistes en quedarte?

—Supongo porque creo en ti. Porque me alimentas, porque me haces reír, porque me amas, aunque creas que no sabes amar, lo haces, a tu forma. Me moldeaste, me acostumbraste a rescatarte, a darte respiración de boca a boca, a correr detrás tuyo, a meterme al mar aunque no supiera nadar.

Porque me dejas ser. Porque tratas de no tener miedo cuando te muestro mi mundo, así como lo hago yo con el tuyo. Porque al final todos se irán, no quedará nada de ninguno, sólo tus huesos y los míos, tu carne flácida con la mía.

—¿Flácida?

—Es una palabra que usas regularmente cuando tocas mi cuerpo, pensé en usarla para que la escucharas, porque generalmente solo la escupes sin saber el daño que causa.

Todo esto que nos dices, las conversaciones que no existen más que en nuestra cabeza. Lo haces todo el tiempo. Nos obligas a vivir en constante dolor. Haciéndonos sentir que no somos lo suficientemente buenas…

Buenas ¿Para qué o para quién? ¿Para nosotras?

Es cierto, no eres buena contigo, ni conmigo.

Con los demás sí. Con otras personas no tienes problema en decirles todas las cosas para las que son buenas.

Pero contigo misma.

Eres voraz.

Ayunas deliberadamente y nos enfrentas. Como si fuésemos el único pedazo de carne disponible…

Y nos vas mordiendo aunque sigamos vivas.

Porque sigues pretendiendo que estamos muertas.

Que no tenemos nada por vivir.

Y tal vez sí se encuentre con alguien más guapa, inteligente, un hombre, mujer, ente, espíritu, energía.

Y qué.

Tú y yo seguimos aquí.

Aunque me niegues, aunque me ignores y no me hables. Y sigas teniendo conversaciones ficticias que nadie escucha. Y me hagas sentir como si estuviera loca. Y me castigas y me ofendes. Y me haces repetir todas las cosas que no somos…

Sigo aquí.

Porque el deseo de la mujer que quieres ser no te abandona, sigue vivo gracias al fuego que eres, que desprendes, que te explota.

Porque eres voraz.

Nos muerdes pero no nos matas, torturas. Nos arrastras hasta a ti. Como si fuese una presa.

Eres ambas cosas.

La que te sostiene. Y la que te quiere dejar ir.

La que te cura la herida, quien te la vuelve a abrir.

La que no quiere que te mueras. Quien te empuja por la ventana.

La que llora desconsoladamente. La que te cubre la boca.

Quien te ahoga el llanto, quien te pide que lo dejes ir.

Nos jalas hacia ambos extremos, abriéndonos a estirones.

Esperando ansiosamente a que algo bueno salga de todo el daño…

—Sobrevivir hasta encontrarnos con la vida. El latido materno


No soy una escritora

monicaesan

No soy una escritora. No soy Rosario ni tampoco Virginia. La tragedia no ha sacudido mi vida como a la de Ana. Me falta vocabulario, disciplina y consistencia.

Soy mediocre…

Me ocupo más de generar muecas, risas o gestos en las otras personas, estoy en constante búsqueda de una reacción genuina que me haga olvidarme de las absurdas tareas de la vida cotidiana.

Soy mujer.

Al principio no quería serlo. Me costó tiempo aceptarlo. Yo quería ser como mi hermano. Aquél hombrecito que idolatraba mi padre, el simpático, ingenioso, tocador de guitarra, el jugador de futbol. El fuerte. No como yo, una niña que sentía demasiado.

Como dirían por ahí —ese siempre ha sido tu problema— Exceso de sensibilidad.

No entiendo cómo alguien puede sentir una emoción sin desbordarse por completo. Rehúyo de los conceptos balance y equilibrio. O siento todo o siento nada.

No soy escritora pero aquí estoy, escribiendo.

Soy curiosa, noble, a veces ingenua. Soy romántica…

Soy, soy, soy… Me faltan las palabras que lo describan, me sobran en las manos todos los —no soy—.

No soy escritora, no pertenezco al gremio. Ningún escritor se ha puesto la mano en el pecho, se ha acercado y me ha dicho —Oye niña, tienes algo, tal vez talento, sigue con lo tuyo—. Al contrario. He sido atrevida en cometer errores que grandes escritores han catalogado como “piezas aburridas y sin sentido, contastantes errores gramaticales, ni un principiante podría cometerlos”.

No soy escritora ni mucho menos principiante.

Soy voraz. Cada noche me engullo hasta desaparecerme. Insaciable apetito, mi platillo predilecto, el esqueleto de pescado que remuevo con delicadeza. Soy la piel quemada, el músculo cocido. Soy la falta de palpitación.

No soy madre pero les juro que soy mujer, soy una persona.

Soy el último suspiro desconsolado y cansado que libero antes de dormir. Soy el vacío y el silencio que esta noche rodea mi casa. Soy el único gesto genuino que ocurre en mi habitación.

Soy quien está aquí.

No soy Pita, ni Antonieta, no soy Nahui, ni Beatriz, tampoco Amparo ni Guadalupe.

Soy…

La torre que se derrumba, el árbol que un rayo ha partido en dos, soy el Emperador que cae de lado, soy la extraña y curiosa coincidencia que me resulta irrelevante. Soy el grito de luz que emana de mi pecho. El que no existe porque nadie puede escuchar. Y no.

No soy una escritora.

| Diálogos en condesa |

Quiero a alguien que no tenga miedo de quererme, que me sujete fuerte cuando lloro a gritos por las noches.

Quiero amarme. Sentirme suficiente. Que cuando alguien me haga a un lado, posea la fortaleza para marcharme.

Quiero serme fiel, a mis necesidades, deseos y emociones, aprender a dejar ir cuando no me quieren.

Quiero escucharme cuando me estoy sofocando entre lágrimas y ansiedad, saber la diferencia entre reflexionar o escarbar en la herida hasta que me sangre.

Quiero amarme.

Creer en mi, tener fé en lo que escribo, aunque solo lo haga para mi.

Quiero aprender a caminar conmigo sin importarme lo que sucede en mi vida. Quiero ser débil cuando sienta algo, tener la entera capacidad de dejarme sentir algo. Quiero ser fuerte para afrontar mis decisiones.

Quiero hacer más cosas por la mujer que soy, para después hacer por las demás.

Quiero remover la cáscara completa sin miedo a que me abandonen.

Quiero aceptar que el abandono es natural, que nadie se quedará conmigo más que YO.

Quiero tener la fortaleza para amarme, aceptarme y sacar mi persona adelante.

Quiero dejar de sufrir.

Quiero amarme.

| Diálogos de una mente vulnerable |

 

La depresión es tu mente dándose por vencida aunque tu cuerpo aún te pueda responder. Es el amigo de la infancia que estuvo contigo desde el principio pero te daba puñaladas por la espalda.

Es el abrazo frío que te despierta por las mañanas, la almohada que cuida tu llanto para ahogarte después. Es lo único que conoces… Y cuando sientes que no tienes nada, el tóxico amuleto del que no te puedes desprender.

Mónica Esquivel/ 2018

| Eterno diálogo de una mente ansiosa |

Llanto animal, suspiros. Suaves plumas afiladas que aterrizan delicadamente sobre mis mejillas. Una vez que han caído comienza nuestro día. 

Demonios almacenados en anaqueles de vidrio estrellado. No nos atrevemos a abrirlo. De vez en vez caen al piso y construimos torres como si fueran platos sucios sobre el fregadero. 

Podemos sentir, caminar, sonreír, reír, besar, creemos que podemos amar. Observamos a la gente, la vemos carcajear de un chiste que no alcanzamos a escuchar.  

Detrás de los huesos, donde no existen músculos ni tiempo, se almacena una voz callada, un suspiro entrecortado, una sombra alimentada de incertidumbre, de pistas colocadas en muros digitales. De banderas rojas que emergen de la tierra que han sido sepultadas, suplicando por ser encontradas. 

Golpecito en la cabeza, sabes hacia dónde vas. 

“Y si llego temprano ¿estaré a tiempo? Tal vez debería caminar más lento. Tranquila, tranquila, vacía tu mente y respira. No sucumbas antes esto. Si llego temprano ¿estará lista? El barco zarpa y no nos veo corriendo para alcanzar a los demás”. 

Adicta a la necedad que me acorrala con sus ideas. Efecto dominó de posibilidades que no podemos controlar. Avalancha, angustia. No deberíamos estar solas, no dejes que nos rompan. 

El sol se esconde… 

La gente se asusta. Caminas sin avanzar, el círculo se hace grande, figuras geométricas que buscan responder a las carencias emocionales. Pinzas que me toman de las extremidades para colocarme de nuevo en nuestro frágil anaquel. 

Expertas en depresión y estamos recetadas para darte prescripción. Deberías vernos cuando salimos a bailar, parece que nuestro cuerpo pertenece a alguien más. Deberías vernos enamorar, pareciera que no nos importa lo que piensen los demás. 

Detrás de los ojos, donde se almacena el espíritu, existe una verdad imposible de expresar. Es el diálogo interminable que no podemos parar. Tren de pensamiento que sale de sus vías para asesinar a toda una villa. 

Llanto animal, desbordado, lágrimas torrenciales, suspiros. Pecho ahogado en angustia.  

Comienza otro día. 

| Diálogos a las once |

Mis ojos, lágrimas, ansiedad. Nuestro primer beso. El color de su vestido, las publicaciones de Facebook.

No fui eso. No seré eso. ¿cómo me puede doler algo que no viví? Algo que no me tocó ver, pero sigue ahí. Cuando lo único que siempre quise fue hacerle reír.

El trabajo, las correcciones, el querer salir de ahí. Las llamadas, las risas, los videos que nadie quiere ver. La publicidad, maldita máquina opresora que se alimenta de nuestra felicidad.

Jaulas de pantallas, voces que se pierden en las historias de una red social. Estos son los pensamientos de una mente vulnerable que todos los días se terapea para poderse levantar.

Las caricias, el dulce néctar que se encierra entre sus piernas. Las mentiras que comenzaron como las cosas que no queríamos decir, los hombres que me buscan, las mujeres que me ignoran, que prefieren cruzar la calle antes de decirme “hola”.

Mis ojos, yo sentada en el mismo escritorio. Y se repite, una y otra y otra vez. Lágrimas, ansiedad. Despertar a su lado, respirar el aroma de su piel. Las publicaciones de Facebook, las fotografías que compartieron, el color de su vestido. Nuestro primer beso.

| Diálogos de una mente vulnerable |

Tan acostumbrado nuestro diálogo, hoy te pido venir a rescatarme.

Estira tu mano, tu toque, tus caricias. Alcánzame con tu mano, con tus ojos suaves y cristalinos. Socórreme, te lo suplico.

Aunque sé que tu mano sólo me rozará sin llevarme, déjame verte de nuevo, tan victorioso, asomándote desde la cocina para ver a dónde voy.

Somos la misma persona, excepto que tus pensamientos no te ahogan.