Diálogos desde el interior de mi cuerpa

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El Mundo carta collage Tarot

“She never asked me and I barely spoke
But I made her a promise
I will return”.

Andromedian Girl, Dumbo gets Mad

I

Estoy regresando por ella.

Por mi pequeña Mónica.

Todavía vive encerrada entre esos pilares de concreto tratando de escapar. En su momento y cuando partimos de la ciudad fronteriza, no quise despedirme porque en mi mente no encontraba entendimiento a lo que estaba sintiendo. Un doloroso alivio, la ayuda que me brindó la vida para estar lejos de mi abusador.

Dejaba mi lugar de infancia, muy amado a momentos, perturbador también.

Me veo pasar, desde la caja de la troca que me trae de visita a “los viejos rumbos”, y lo único que siento es temor. La veo pasar y también la veo quedarse. Mis dos Monica’s. Una mirando desde lejos, gritando desde el interior de sus ojos, desde el núcleo interior: que alguien llegue y se la lleve. Esa es nuestra lógica, la de las Mónica’s que me acompañan y ayudan a entender todo esto. Somos mi propia guía.

Por esto estoy aquí…

II

Mi cuerpa me tenía guardada una historia para contarme. La más dolorosa hasta ahora. Tuvo que esperar hasta que estuviera preparada.

A veces vista como una maldición, como una tortura inescapable, otras, como el regalo indeseado y doloroso que se busca comprender.

La historia comienza conmigo coloreando en un libro de dibujos que te va marcando el color de acuerdo a un número. No estoy en mi casa, es casa de unos amigos de mis papás, en Piedras Negras, Coahuila, lugar donde sucedió una parte de mi infancia. Los hombres están en el patio pisteando, algunas de las mujeres en la cocina también.

Esta historia es compleja de comprender aún para mí, quien vivió ese momento, porque no ocurrió de forma lineal. Estos instantes nacieron de un recuerdo almacenado en lo más profundo de mi interior, en esa sombra a la que he buscado acceder e iluminar de cualquier forma.

Estos enunciados nacen de mi necesidad de ser consolada por mi madre ante un descubrimiento que me ha dejado destrozada, irreconocible en el espejo. Esta historia nace de una búsqueda desconocida (todavía). Me trajeron de un lugar a un bosque a decirme que encontraría algo, sin decirme qué ni dónde estoy.

Debía tener tal vez cinco años, no tengo esa certeza. En cuanto mi mente me llevó a ese momento, el círculo empezó a moverse, yo perdida en medio del bosque, por medio de sensaciones en mi cuerpa, me fui guiando hacia un punto desconocido.

El tiempo es una mera percepción, y lo que debieron ser cinco minutos se han convertido en días de inestabilidad, enojo, frustración, decepción, impotencia…

Estoy sentada en el piso sobre mis rodillas, mi trasero toca mis talones, estoy recargada sobre el sillón coloreando. Una luz emerge a mi espalda, al principio solo perceptible como una línea naranja sobre mi libro de colorear, después se va haciendo más grande y más grande hasta que ilumina la habitación. Es la puerta del baño que se ha abierto. Alguien está adentro, el Señor Culero (o Hijo de Perro, o Puto Mal Nacido, o Pedazo de Mierda).

Mi papá tiene un dicho que va así “Eres lobo con piel de oveja, o eres oveja con piel de lobo”, y en la mayoría de los casos iba dirigida a los hombres que llevaba a la casa. Pues bien, el Señor Puto Mal Nacido era, lo que se podría decir: un lobo en piel de oveja. Mi papá siendo un experto en estos extraños especímenes, no pudo ver la maldad de quien claramente era un lobo, por no llamarle monstruo.

¿Es acaso ese el modo de operación de estos Pedazos de Mierda? De estos pinches pederastas y abusadores que son tan frecuentes, pero que se mencionan tan poco. A los que muchas les regalamos nuestro silencio. Pretender ser amables, ganarse la confianza de una familia para después y sin piedad, arruinar la vida de una niña.

Volviendo a mí, en ese momento me veo a mi misma de niña coloreando, como si estuviese viendo la película de mi vida… La niña sabe algo. Siente algo. Y cuando voltea a la puerta del baño, totalmente abierta, y observa a ese Puto Mal Nacido con el pene erecto, mirándola… La niña sabe que le va a doler.

III

El día que inicié mi vida sexual una voz dentro de mí me dijo, (mientras “alistaba” en mi mente todo lo que necesitaría para dicho momento), que lo mejor sería esperar a que estuviera menstruando porque así me aseguraba de ser virgen, en dado caso de que me hubiese pasado algo antes.

Usando esa “lógica” y mientras mi novio de ese entonces me besaba, tocaba y acariciaba (lo cual estaba disfrutando mucho) quedé helada cuando bajó su mano hacia mi pelvis y me dije con tal aseveración —Me va a doler.

Una mujer de diecinueve años puede saber que su primera experiencia sexual podría ser dolorosa gracias al contexto en el cual se desarrolla. Mucha información sexual sugiere que cuando no existe una lubricación, relajación, disfrute, de la experiencia, es muy probable que la penetración sea dolorosa.

¿Cómo una niña de cinco años va a saber, al ver un pene erecto que en teoría ni siquiera debería de conocer, que eso que está viendo será doloroso para ella?

Porque algo le pasó.

IV

He pensando que mi vida avanza en varios engranes o círculos o esferas gigantes contenidas de otros engranes o círculos o esferas más pequeñas que se conectan unas con otras para seguir avanzando. Imaginemos que esa esfera es una experiencia individual general, en este caso, la experiencia sexual, y entre las esferas pequeñas se encuentran todas nuestras experiencias sexuales, que en mi caso se repiten de un común denominador: todas han sido dolorosas. El dolor las conecta desde que se inició por primera vez.

Y esta es mi teoría. Y tal vez no tenga sentido, y yo no tengo todas las respuestas porque verán, sigo perdida en este bosque y solo busco entender lo que tengo, con las piezas que he encontrado.

Que mi primera experiencia sexual no fue la que planeé con mi novio a los diecinueve años, esa en la que ya sabía que me iba a doler. No.

Porque mi cuerpa me tenía guardada esta historia para contarme, la cual no estuve preparada para entender hasta este momento. Mi cuerpa me hizo sentir como pudo, me llevó hasta este instante para decirme, de la mejor forma en la que puede, que ese Pedazo de Mierda, Puto Mal Nacido, me violó cuando tenía cinco años.

Y en mi cuerpa, esta que es mía, que me ha acompañado desde el inicio de mi vida, que me ha sacado de los momentos más oscuros, VOY A CREER.

Aunque yo sea la única que le crea.

V

Todo se mueve y nada permanece. Excepto cuando abres la caja de pandora. Cuando te adentras en lo más profundo de tu interior para conocerte y te encuentras con un descubrimiento doloroso, improcesable e inexplicable. Es ahí donde todo se detiene. En el que todo alrededor se convierte otra vez en la habitación oscura, en la niña coloreando, en la puerta del baño abrirse. En el que existen imágenes que son acompañadas de sensaciones perturbadoras. Una cortina a medio abrir, un objeto tratando de penetrarme siendo manipulado por el Puto Mal Nacido y su falso “shhhh shhh cálmate”.

No importan los días que pasen, los pasteles de cumpleaños que me he comido, la universidad, el estrés del trabajo, mi relación con mi esposa, los momentos con Pippi, Anaceta y Nahui, Todos los años que me han sucedido. No. Vuelvo a ser la niña de cinco años que sueña con mundos extraños porque en el propio no encuentra consuelo.

Porque su calidad de vida fue reducida a nada y sin saber por qué. Tal vez porque nadie quiso creerle o porque no pudo elaborar la ayuda que necesitaba. Porque no pudo correr o gritar lo suficiente. Porque no pudo reconocer al predador.

Y mi niña no para de llorar.

VI

Mamá. Es esta mi forma de decirte que nunca voy a poder saber qué fue lo que en realidad pasó, cuándo fue que comenzó, o cuántas veces lo hizo. También que sepas que estoy destrozada, que busco, a mis treinta y tres años el mismo refugio que busqué cuando tenía cinco años. Que sé lo mucho que no te gusta abrazar y que no es necesario hacerlo. Que no te recrimino nada, ni a ti ni a nadie. Y que la culpa de lo que ese Pedazo de Mierda me hizo no es culpa de nadie más que de él.

Mi cuerpa me tenía guardada esta historia porque supo que no pude con la verdad cuando todo estuvo sucediendo. Porque quiso cuidarme y protegerme de la mejor manera que pudo. También sé que, si me la está contando ahora, después de todos estos años es porque sabe que estamos juntas, que voy a creerle y que estamos preparadas para poder avanzar con nuestra vida. Que ese Puto Culero no podrá destrozarnos, no podrá destrozarme, aunque aún me sienta así en este momento, totalmente rota. No será para siempre.

Y para llegar a ese momento también necesito de ti mamá.

Sé también que todo esto que escribo, que parece no tener sentido (un reflejo de mi interior en este instante) es algo fuerte de mirar. Que vendrán pensamientos que te inviten a reflexionar y que seguramente también sentirás mi dolor. Te entiendo y no estás sola. Estaré aquí para ti.

Aprendí en estos largos días que el dolor sólo puede ser abrazado, no apartado. Porque el dolor tampoco entiende lo que siente y que ese es su único papel. Sentir dolor por algo.

VI

En terapia me dijeron que lo que estoy sintiendo es una crisis curativa. Que lo que me sucedió viene con un aprendizaje del cual aún no estoy consciente. Por una parte, al menos, tengo un poco más de claridad sobre cómo he sido y cómo soy. El dolor que he venido cargando imperceptible y que ahora da sentido a tantos de mis comportamientos…

Ahora que he abierto la caja de pandora me doy cuenta que acompañada de este dolor vienen tesoros visuales que también abrazan.

Mis manos de niña tocando delicadamente los rosales que tanto cuidó mi mamá. Mi dedo índice rozando sutilmente el suave terciopelo que envuelve el tallo, la puntiaguda espina del rosal. La paranoia y expectativa de ser descubierta, volteando a cada rato hacia la puerta en espera de que mi mamá saliera. Cuántas veces habré pasado desapercibida.

Una curiosidad adormilada. Porque me recuerdo sumisa y tímida, se había escapado el nacimiento de esta adorable característica que aún me acompaña. Esta rebeldía de salirme con la mía. La entonación seria de mi dulce madre diciendo cada vez que visitaba la casa de mis amigas o vecinas: “Pórtate bien y no toques nada”. Y mi juguetón cinismo de tocar hasta el papel tapiz que adornaba las paredes de todas las casas que pude pisar. Los adornos en las repisas, los muebles en las habitaciones, el espejo en el baño empañado por el vapor de la habitación.

Espero me vengan muchas más visiones. Sin importar cuáles sea. Encontrar más piezas a este rompecabezas que quién sabe cuánto tiempo me tome armar (no hay prisa).

No existe un final a todo esto porque aún voy/soy/estoy viviendo.

Autorretrato

Nací con una herida que no sólo es mía, le pertenece a mi madre, a mi abuela, a su madre, y así… Hasta sentirlas todas y al mismo tiempo. Nací enferma y con demonios que tampoco son sólo míos.

No lo supe hasta que aprendí lo importante que era pedir ayuda. Lo hice después de uno de los incidentes que cambiaron el curso de mi vida. Tenía quince años, estaba en una fiesta con quien fue mi primer amor. Risas, baile, drogas, alcohol. Me pasé de cubas y pastillas y terminé en el hospital. Desperté una semana después, con una larga sonda que empezaba en mi nariz y terminaba en mi estómago (o al revés).

No tenía a ningún familiar cercano pero entre la inconsciencia recordaba las voces de mis hermanos. Al darme el alta me entregaron mis cosas en una bolsa y un sobre, la enfermera me sonrió cuando me dijo: tus papás te esperan en tu casa. Al caminar de regreso me sentí culpable del enorme fracaso que había sido este tercer intento de muerte.

El primero no fue inflingido, sino más una consecuencia. El preludio que inauguraría el concepto de mi existencia: sobrevivir.

Al nacer, la combinación negativa/positiva de sangre entre mis padres me provocó eritroblastosis fetal. Doctores y enfermeras se apresuraron en limpiar mi sangre, eran momentos cruciales de los que dependía mi vida. Todo esto sin conocer el toque materno, ese primer beso y cercanía con quien había sido, hasta entonces, la dueña de mi cuerpo, y quien ahora no me reconocía, vínculos faltantes de los cuales aún somos víctimas.

Después de meses en la incubadora, sobreviví. No se confundan, que esta historia no está escrita por una figura fantasmagórica, o bueno, no un fantasma como el que se conoce. Soy invisible a muchos ojos y tampoco son la única.

El segundo intento nació de mi propio pensamiento. Un impulso que vino a levantar mi cuerpo para cruzar la avenida con los ojos cerrados. Tenía cinco años y ya estaba cansada de guardar el más grande secreto me contenía. Conocer y aprender la diferencia entre lo que era un pene flácido y un pene erecto.

El auto frenó a tiempo. Mi abuelita salió corriendo por mi. Nunca me preguntó por qué lo hice. En la familia no se habla de esas cosas.

El tercer intento no ha sido el último pero tampoco los recuerdo todos. No es que ande coleccionándolos como colecciono palabras. Antes quería olvidarme de ellos, de mi pasado, comenzar de nuevo siendo otra persona. Una fantasía imposible de la cual ya me he podido olvidar.

Tampoco soy especial, esa ha sido la etiqueta que ha causado conflicto y estrés incontrolable. Ese quien me hacía guardar los secretos me llamaba “su escuincla especial”.

Así que un día, con toda la calma que pude demostrar, me acerqué a mi madre para pedir ayuda. —Pero no la tuya, le dije, sino la de un profesional—.

—¿Por qué?, me preguntó ansiosa, ¿vas a hacerlo de nuevo?

Me fui. No pude hablarlo con mi madre y ha sido ella con quien más necesitaba platicarlo.

Como pude, otra vez, aquí estoy. Enferma aún, sí, tratando de apagar las voces con bromas, chistes, poemas, letras, historias, literatura, amigos, con amor. Aunque aún añoro la soledad de una habitación vacía con luces apagadas, del escenario que descansa bajo el manto estelar de la noche; en donde nadie me escucha gritar y son estas voces el estruendo que ruge, seductoras palabras que han sido la leche materna que me nutre.

A lo largo de mi viaje mi mente ha vivido con la idea de que no soy la única, de encontrarle el dueño verdadero a cada uno de los demonios que adornan mis madrugadas. Así que me puse a escribir sobre ellos, hipnotizada por las emociones que provocan, emborrachada por los diálogos y las conversaciones entre ellos, y yo.

Con el paso del tiempo aprendí sus nombres, demonios reales: bipolaridad, depresión, ansiedad, patriarcado, misoginia, abuso sexual, esquizofrenia, invisibilización, clasismo, discriminación, muerte. Algunos sólo puedo sentirlos yo, con otros comparto batalla con hermanas que viven lo mismo. Entonces no estoy sola.

Escribo sobre mi vida porque siento que algún día voy a olvidarme de ella y la historia morirá conmigo. Así de alguna forma, la historia podría continuar sin mi porque tendría vida propia.

La interminable batalla entre la existencia del ser, la muerte, el sobrevivir. Siempre en modo combatiente y no soy la única. Estoy cansada porque antes mi cuerpo caminó veredas y montañas de las que mis pies ya no se acuerdan.

También estoy cansada de mi. Del constante ir y venir entre “Estás del culo, Mónica”, al “sé gentil contigo misma”. Del “no mames Mónica, estás bien pendeja y la estás cagando”, al “te amo cabrona y en esta vida estamos solas”. Cansada de todo el tiempo imaginar el peor escenario y creérmelo. Que si mi madre no me abre la puerta de su casa es porque está muriendo en el baño ha causa de una embolia y no porque está haciendo yoga con los audífonos puestos.

No soy un fantasma por convicción, sino porque así me han querido ver. Porque me ignoran, porque  tengo “exceso de sensibilidad”. Se rehusan a escucharme, a escucharnos, a percibirnos, a vernos como personas. Y ese es un problema que nadie más quiere ver. Antes una se desgarraba por ser vista o reconocida. Hoy lo único que queremos es permanecer con vida.

Por eso cuando salgo a las calles a gritar, sé que no soy la única, cuando leo a Elena, a Rosario, a Nahui, a Pita, o a mis compañeras hermanas escritoras, sé que no estoy sola.

Nací con heridas abiertas, con demonios que no son sólo míos, pero también nací con amor, algo que empezó como algo muy pequeñito aquí adentro, que yo misma he cuidado y regado hasta convertirse en la hermosa enredadera que es hoy. La que quiere consumirlo todo.

Sobreviví y lo seguiré haciendo, esta misma lucha que no solo es mía: mantenerme con vida.