| Sueño del primer respiro |

wolf

Veo a una niña, la escucho llorando, quiero consolarla. Ella tiene el cabello largo y le cae sobre el rostro, cubriendo sus lágrimas.

Me acerco/se acerca una mujer, su madre/yo, la abrazamos y besamos su frente. Luego yo, también padre, abrazo a madre e hija. Cuando hija levanta el rostro para verme a mi, se convierte en bestia, loba de ojos rojos, resplandecientes. Me gruñe y muestra sus dientes, quiere atacarme.

Volteo el rostro, no voy a desafiarla. Se acerca lentamente, me arranco un pedazo de piel y se lo aviento, la escucho engullirlo de manera desesperada. De mi cuerpo voy tomando partes para alimentarla, hasta que llega a mi.

Aún sin mirarle, siento el calor de su aliento sobre mi mano derecha, me lame, su lengua es suave y caliente. Le acaricio la frente, me agacho (todavía sin verle) para abrazarle.

Loba y yo, y también yo, que aún sigo de testigo ante todos los acontecimientos, estamos en mi campo verde, pasto, flores, trigo, árboles, montañas, cielos rosas y naranjas. Estamos acostadas sobre la hierba húmeda, loba tirada sobre su costado y yo con mi cabeza sobre su pecho. Escucho latir su corazón, que late al mismo tiempo que el mío. Su pelo es sedoso y huele a bebé recién nacido. La beso, beso su frente, pecho, estómago, patas. Se levanta y me pongo de pie.

Todavía nos observo de lejos. Loba avanza, me espera pero no la puedo sentir. De inmediato regresa y me muerde la pierna, pidiéndome que la siga.

Nos sigo viendo, ninguna tiene ojos, sólo cicatrices y hundimiento ocular. Hemos arrancado nuestros ojos para poder vernos.

| 8 de julio |

 

Todos me ven. Pero no. Algunos andan pensando ¿qué le pasa a la niña? ¿por qué tan de malas? ¡Sonría!

Se me olvidaba que estoy para eso. Verme bonita ¿Qué no es ese el escenario de todas las mujeres? Lucirnos. Sonreírles. Complacerlos. Estar ahí para todos. ¿Cómo es que alguien que sólo vive para eso, pueda fallar en lo único que tiene que hacer?

Tal vez es porque no le estoy -echando ganas-. Estoy segura que es por eso. La falta de actitud. Muy pronto y en cuanto pueda. Voy a decirle a mi voluntad por vivir, que olvide todo lo que está sintiendo, todo lo que ha aprendido, y se concentre en. Estar bien.

Voy a salirme de mí misma, verme de frente y decirme. Basta. Basta con todo esto. Tienes que verte bien. Estar bien.

Porque al final se trata de esto, ¿cómo no pude verlo antes? ¡Qué tonta! No es llamarme -maldito puerco- todas las mañanas cuando me miro al espejo. Tampoco es decirme -pedazo de mierda-. No. No. Es que no le estoy echando ganas. No estoy teniendo la actitud correcta.

Entonces ¿qué fue lo que aprendimos hoy en la mañana cuando salimos a la calle? Después de haber pasado la mañana tirada en cama. Soltando lágrimas. Balbuceando que estoy sola y que tengo tantas ganas de saltar. Que tengo que echarle ganas. Claro. Todo es cuestión de actitud.

La carta en el baúl

klimt

En tu primer cumpleaños cometí el error de imaginar que nunca exististe. Te escuché llorar del otro lado… Fui a levantarte, tenías mi cabello y los ojos verdes del abuelo.

Pasó tan poco tiempo para que hablaras oraciones completas. Mi pequeño Luca, tenías sus cejas, sus expresiones, incluso la misma forma condescendiente de hablarme.

Lo que tu padre no sabe es que del otro lado yo aún te recuerdo, te pienso… Y me pregunto si él hará lo mismo. Si en su mente resplandece o no la historia inconclusa de lo que pudimos tener los tres.

Es la furia, tanto aquí como allá. Porque desde un principio no estuve ahí, quería pero no era yo. Sólo un maniquí que no pudo esconderse bajo las sábanas del “amor”.

A tus tres años no pasaron oraciones que no repitieras. Agridulce el momento de descubrir lo hirientes que pueden ser mis palabras: una dolorosa sorpresa. Nos conocí unidos, mi pequeña fortaleza, con tu hermoso cabello que me encanta oler y besar. También aprendí a soltar y tú a dibujar. Solitario, retraído, el temor de verte tan parecido a mí.

–No tiene amigos-, me decían las maestras y el Director del colegio. Redescubrí tu silencio a escondidas, la razón por la cuál del otro lado había tomado esa decisión, porque no soportaría verte como si fueras yo.

A tus cuatro años estaba segura que tendría que llevarte con un especialista. De inmediato te recetó miles de pastillas. Pronto dejaste de dibujar, adormilado, vacío, sin el hermoso poder que irradiaba tú alma. Tenías amigos, claro, íbamos a sus casas para que pudieran jugar. Los crayones te aburrían, ¿te convertirías en un adulto más?

Mi pequeño hombrecito, siempre serás mi bebé. Si del otro lado te lloro pensando en cómo pude dejarte ir, en este me entrego al consuelo. Porque no importa qué tanto me recuerdes a tu padre, al amor tóxico que nos tuvimos alguna vez; o a mí, con mis enfermedades, mis berrinches y arranques, a la ansiedad que me invade cada vez que debo dejarte ir. Porque en tus ojos veo un mundo de posibilidades, esas que no supe ver en mí.

Muchachito, tan adorado y tan mío, hoy cumples cinco años. No tienes idea de lo mucho que me impulsas, del otro lado y aquí. Porque tu voz es el sonido más alegre, una dulce melodía, el eco de una niñez que quiere aprenderlo todo, sostenerme en sus manos.

Tan listo, alegre y optimista, como él, sensible, inteligente, posees una enorme sonrisa y una mirada vacía. Te observo mirarte al espejo, tocándote el rostro como si no existieras. El constante recordatorio de que has sido lo mejor que he hecho. Porque después de ti no existe más nadie, ni yo.

Pequeño Luca, tus besos son lo más cercano que he sentido a la completa felicidad. Lo triste de todo esto es que te amo porque tengo que hacerlo. Del otro lado también me siento vacía, cariño mío, eso no cambiará nunca.

Me sostengo tanto de ti, como cualquier madre egoísta. Todavía es el día en el que podrías pedirme cualquier cosa y lo haría. Tan noble… curioso que seas tú el que ponga los límites.

Mi pequeño feminista, aún me consideras la mujer más hermosa del planeta. Del otro lado mataría por sentir un momento como este (Estás recostado sobre mi pecho, a punto de dormir. Leyendo los cuentos de Pippi Calcetas largas, tu cabello huele a coco porque te encanta usar mi shampoo. Sabes leer tan bien, estoy segura que yo no leía así a tu edad. Pausas acertadamente ante los signos de puntuación, articulas las palabras, aunque aún te falla la “r”).

Hermoso Lucio Augusto, cuando seas más grande me reclamarás por haberte llamado así. Del otro lado vieras cómo te lloro, mi niño, no puedo dejarte ir. Pero en este, te beso, te tengo junto a mí.

Te ama con todos sus seres, tu madre.

Enero 2016

¿Qué haces cuando estás deprimida?

Me contengo porque no me gusta llorar en el trabajo. ¿Qué me hace llorar? Creo que son las mismas cosas de las que platicaba ayer con una amiga: sentirme sola, insatisfacción profesional, insatisfacción creativa, la mortalidad de mi hermano, la tristeza con las que mis padres tratan de seguir con su vida, la forma tan extraña que es seguir con tu vida cuando la vida pasa.

Escribo pero cuando estoy deprimida no encuentro las palabras exactas que describan la angustia que siento. Me refugio en los libros, en la narrativa, en las historias de otras mujeres como yo que se sintieron solas, insatisfechas, abandonadas.

Escucho música, así como en las letras, en las sinfonías musicales encuentro abrazos que me sujetan y consuelan.

Pienso en que no quiero morir, en que mis padres se pondrían muy tristes, en que nunca se perdonarían cómo es que, viviendo tan cerca, jamás pudieron escuchar mis gritos de desesperación, cómo es que no pudieron detenerme… Pienso en mis sobrinos, en que tal vez el mejor ejemplo que puedo darles para seguir adelante con su vida, es seguir adelante con la mía. De alguna forma me doy fuerza para ir a trabajar y no quedarme encerrada en mi llanto, sofocada en mi angustia.

Trabajo, simulo que llevo una vida feliz, platico con mis amigos, cuentos chistes ácidos que divierten a todos.

Pero siempre regreso a casa, a esas cuatro paredes con las que soñé tener cuando tenía trece años y me ponía a escribir en el baño; pensaba “llegará un día en el que pueda escribir donde sea sin pensar en que despertaré a alguien”. Las mismas cuatro paredes que en días como hoy no significan…

Qué hago cuando estoy deprimida…. tratar de sobrevivir.

| Suspiro |

Es difícil decir lo que sientes,

entenderlo para ti…

pero es mucho más difícil verbalizarlo y que nadie pueda escucharlo.

Como una idea que murió al ser pronunciada,

un suspiro que se borró con la fuerza del viento una vez que salió de tu cuerpo.

| Diálogos en condesa |

Quiero a alguien que no tenga miedo de quererme, que me sujete fuerte cuando lloro a gritos por las noches.

Quiero amarme. Sentirme suficiente. Que cuando alguien me haga a un lado, posea la fortaleza para marcharme.

Quiero serme fiel, a mis necesidades, deseos y emociones, aprender a dejar ir cuando no me quieren.

Quiero escucharme cuando me estoy sofocando entre lágrimas y ansiedad, saber la diferencia entre reflexionar o escarbar en la herida hasta que me sangre.

Quiero amarme.

Creer en mi, tener fé en lo que escribo, aunque solo lo haga para mi.

Quiero aprender a caminar conmigo sin importarme lo que sucede en mi vida. Quiero ser débil cuando sienta algo, tener la entera capacidad de dejarme sentir algo. Quiero ser fuerte para afrontar mis decisiones.

Quiero hacer más cosas por la mujer que soy, para después hacer por las demás.

Quiero remover la cáscara completa sin miedo a que me abandonen.

Quiero aceptar que el abandono es natural, que nadie se quedará conmigo más que YO.

Quiero tener la fortaleza para amarme, aceptarme y sacar mi persona adelante.

Quiero dejar de sufrir.

Quiero amarme.

| Diálogos de una mente vulnerable |

 

La depresión es tu mente dándose por vencida aunque tu cuerpo aún te pueda responder. Es el amigo de la infancia que estuvo contigo desde el principio pero te daba puñaladas por la espalda.

Es el abrazo frío que te despierta por las mañanas, la almohada que cuida tu llanto para ahogarte después. Es lo único que conoces… Y cuando sientes que no tienes nada, el tóxico amuleto del que no te puedes desprender.

Mónica Esquivel/ 2018

| En un pedazo de papel de Colombia |

Esta es la carta que menos quiero escribir. Solía creer que pensar en ti era una pérdida de tiempo, entonces ¿para qué escribirte? sería demasiado esfuerzo tirado a la basura.

Te odio, creo que eres realmente a la única persona que desprecio. Te deseo la muerte aunque ya estás muerto. Deseo que alguien te traiga de nuevo a la vida, sólo para que pueda matarte. Incluso existe un cuento inconcluso sobre esto, mi fantasía de traerte de vuelta sólo para que puedas sufrir tu muerte una y otra y otra vez.

¿Sabes por qué quiero hacer esto? Porque te odio, porque tu hiciste lo mismo conmigo. Tu me asesinaste una y otra vez cuando me tocabas, cuando ponías tus asquerosas, sucias, sudorosas manos llenas de morbo sobre mis hombros.

¿Cómo pudiste hacerle eso a una niña de cuatro años? ¿Cómo pudo provocarte deseo un niña de cuatro años que jugaba a las escondidas en tu patio? Maldito hijo de puta. Te odio, te odio, te odio. Porque me hiciste y convertiste en esto. Me obligaste a tocarte, a jugar contigo, a tener “nuestros secretos”, aunque estoy segura que tu esposa lo supo todo el tiempo. Recuerdo sus miradas con culpa, como pidiéndome perdón, diciéndome con sus ojos que escapara. Todo sin decirte una sola palabra, sin detenerlo.

Me das asco, gracias a ti muchos hombres me provocan repulsión. Especialmente los que se parecen a ti, y qué bueno. No deseo nunca encontrarme con otro hombre al cual tenga que referirme como “Don”.

Don Nadie. Puto cabrón.

Me pregunto cuántas chamacas tuvimos que sufrir lo mismo, todo gracias a tu puta condición, tu puto deseo. Estoy segura que muchas más vivieron lo mismo. Y tú con esa “dulzura” para acosar a niñas chiquitas, para que posaran. ¿En las noches te masturbabas?, cuando ya no te pudiste acercar, miraste todas esas fotos de mi ¿verdad?

Te odio y qué bueno que estás muerto. No más niñas que sufran de esto. Ojalá pudiese hacerte sentir esto, ¿puedes creerlo? treinta y un años y todavía pensando en ti, en el puto cabrón, amigo de mis padres, ese a quien le llamaban “compadre”, el que me tocó y abusó de mi, que me ponía a masturbarlo en el baño… quien me destrozó la vida. Me detuve tantas veces a escribir esta carta porque pensé que lloraría, que sufriría, que me haría muy infeliz. Lo único que siento es coraje.

Coraje porque lo dije y no me creyeron,

coraje porque me hice sufrir,

coraje porque creí en tus palabras,

coraje porque alguna vez confié en ti,

coraje porque me hiciste creer que mis padres no me querían,

coraje porque creí en tu forma de querer,

coraje porque no fui lo suficientemente fuerte para realmente cuidar de mi,

coraje porque sigo creyendo que no soy lo suficientemente fuerte para cuidar de mi.

Y aún te odio y no voy a perdonarte, jamás voy a olvidar lo que me hiciste, pero voy a perdonarme a mi, voy a luchar por esa niña de cuatro años que aún existe dentro de mí. Voy a entender que la vida es como es y que existe gente basura como tú, voy a identificar a gente mierda como tú.

No puedo permitir que ganes y no lo harás. Voy a hacer hoy lo que no pude hacer cuando tenía cuatro años, voy a tomarme de la mano y saldré de ese baño, gritaré tu nombre, el de mi madre, el de mi padre, mi hermano, hermanas… Voy a salir adelante. No voy a ser infeliz ni miserable.

Pero a ti te odio, hijo de puta. A ti siempre te voy a odiar.

19-feb-2018

| Eterno diálogo de una mente ansiosa |

Llanto animal, suspiros. Suaves plumas afiladas que aterrizan delicadamente sobre mis mejillas. Una vez que han caído comienza nuestro día. 

Demonios almacenados en anaqueles de vidrio estrellado. No nos atrevemos a abrirlo. De vez en vez caen al piso y construimos torres como si fueran platos sucios sobre el fregadero. 

Podemos sentir, caminar, sonreír, reír, besar, creemos que podemos amar. Observamos a la gente, la vemos carcajear de un chiste que no alcanzamos a escuchar.  

Detrás de los huesos, donde no existen músculos ni tiempo, se almacena una voz callada, un suspiro entrecortado, una sombra alimentada de incertidumbre, de pistas colocadas en muros digitales. De banderas rojas que emergen de la tierra que han sido sepultadas, suplicando por ser encontradas. 

Golpecito en la cabeza, sabes hacia dónde vas. 

“Y si llego temprano ¿estaré a tiempo? Tal vez debería caminar más lento. Tranquila, tranquila, vacía tu mente y respira. No sucumbas antes esto. Si llego temprano ¿estará lista? El barco zarpa y no nos veo corriendo para alcanzar a los demás”. 

Adicta a la necedad que me acorrala con sus ideas. Efecto dominó de posibilidades que no podemos controlar. Avalancha, angustia. No deberíamos estar solas, no dejes que nos rompan. 

El sol se esconde… 

La gente se asusta. Caminas sin avanzar, el círculo se hace grande, figuras geométricas que buscan responder a las carencias emocionales. Pinzas que me toman de las extremidades para colocarme de nuevo en nuestro frágil anaquel. 

Expertas en depresión y estamos recetadas para darte prescripción. Deberías vernos cuando salimos a bailar, parece que nuestro cuerpo pertenece a alguien más. Deberías vernos enamorar, pareciera que no nos importa lo que piensen los demás. 

Detrás de los ojos, donde se almacena el espíritu, existe una verdad imposible de expresar. Es el diálogo interminable que no podemos parar. Tren de pensamiento que sale de sus vías para asesinar a toda una villa. 

Llanto animal, desbordado, lágrimas torrenciales, suspiros. Pecho ahogado en angustia.  

Comienza otro día. 

| Diálogos a las once |

Mis ojos, lágrimas, ansiedad. Nuestro primer beso. El color de su vestido, las publicaciones de Facebook.

No fui eso. No seré eso. ¿cómo me puede doler algo que no viví? Algo que no me tocó ver, pero sigue ahí. Cuando lo único que siempre quise fue hacerle reír.

El trabajo, las correcciones, el querer salir de ahí. Las llamadas, las risas, los videos que nadie quiere ver. La publicidad, maldita máquina opresora que se alimenta de nuestra felicidad.

Jaulas de pantallas, voces que se pierden en las historias de una red social. Estos son los pensamientos de una mente vulnerable que todos los días se terapea para poderse levantar.

Las caricias, el dulce néctar que se encierra entre sus piernas. Las mentiras que comenzaron como las cosas que no queríamos decir, los hombres que me buscan, las mujeres que me ignoran, que prefieren cruzar la calle antes de decirme “hola”.

Mis ojos, yo sentada en el mismo escritorio. Y se repite, una y otra y otra vez. Lágrimas, ansiedad. Despertar a su lado, respirar el aroma de su piel. Las publicaciones de Facebook, las fotografías que compartieron, el color de su vestido. Nuestro primer beso.